lunes, 7 de diciembre de 2015

¿Por qué el mundo no podría haber existido desde siempre?


Los cristianos, naturalmente, creen que debe haber un Dios porque el mundo tuvo un principio. Y todo lo que tenga un origen requiere de alguien que le haya dado origen. La pregunta que corresponde responder, entonces, es cómo sabemos que el mundo tuvo un principio. Tal vez siempre existió.

El famoso agnóstico, Bertrand Russell, presentó el dilema en los siguientes términos. Existen dos posibilidades: el mundo tuvo un principio o no lo tuvo. Si no lo tuvo, no necesita una causa (Dios). Si lo tuvo, podemos preguntar: «¿Cuál es la causa de Dios?». Pero si Dios tuvo una causa, no es Dios. En cualquiera de los casos, no podemos concluir que haya una primera causa sin causa (Dios).

La dificultad de este difícil dilema es que implica también plantearse una pregunta que no tiene sentido: ¿Quién creó a Dios? Expresado de otro modo, supone erróneamente que «todo obedece a una causa» cuando en realidad no afirma más que «todo lo que tenga un principio obedece a una causa», que es muy distinto. Por supuesto, todo lo que tuvo un principio tuvo a alguien que le dio origen. La nada no puede crear algo. Como cantaba Julie Andrews: «No puede salir nada de la nada. Sería imposible». Dios, por lo tanto, no obedece a ninguna causa porque no tuvo principio.

Si este es el caso, bastará demostrar que el universo tuvo un principio y probar que obedece a una causa (por ejemplo, a Dios). Hay dos argumentos contundentes que permiten probar que el universo tuvo un principio. Uno proviene de la ciencia: la segunda ley de la Termodinámica. El segundo proviene de la filosofía, y consiste en la imposibilidad de un número infinito de momentos.

Según la segunda ley de la Termodinámica, la energía utilizable del universo se está agotando. Ahora bien, si el universo está agotándose, no puede ser eterno. De lo contrario, ya se habría agotado completamente. Si la cantidad de energía fuera ilimitada no se podría agotar, pero una cantidad limitada de energía puede agotarse. Por lo tanto, el universo debió tener un principio. Pongamos una ilustración. Cualquier vehículo cuenta con una cantidad limitada de energía (combustible). Por eso es necesario cargar el tanque cada tanto tiempo, más seguido que lo que desearíamos. Si contáramos con un enorme e ilimitado tanque de combustible, ya no tendríamos que cargar nunca más. El que tengamos que cargar el tanque cada tanto tiempo demuestra que tuvo que haber sido llenado una primera vez. O, para usar otro ejemplo: un viejo reloj que poco a poco se queda sin movimiento, y al que debemos darle cuerda para que siga andando, no se detendría si no se le hubiera dado cuerda en un principio. En resumidas cuentas, el universo tuvo un principio. Y todo lo que haya tenido principio, requiere de alguien que le haya dado origen. Por lo tanto, el universo tuvo alguien que le dio origen: Dios.

Algunos han especulado con que el universo se retroalimenta o recupera automáticamente. Pero esta posición no es más que mera especulación sin ninguna evidencia empírica que la sustente. De hecho, es contraria a la segunda ley de Termodinámica por cuanto aun si el universo pudiera recuperar su estado inicial, como un balón que rebota, gradualmente perdería fuerza. No hay sencillamente ninguna observación que pruebe que el universo se retroalimenta automáticamente. Incluso los astrónomos agnósticos, como Robert Jastrow, han señalado: «Una vez que el hidrógeno de la estrella se ha consumido y convertido en elementos más pesados, nunca puede ser restaurado a su estado original». Por lo tanto, «minuto a minuto, y año tras año, a medida que las estrellas consumen el hidrógeno, las reservas de este elemento disminuyen».

Si la cantidad total de energía permanece constante pero la cantidad utilizable en el universo disminuye, nunca hubo una cantidad infinita, porque una cantidad así nunca disminuiría. Esto implica que el universo no podría haber existido eternamente en el pasado. Debió tener un principio. O, para expresarlo de otra manera, según la segunda ley de Termodinámica, dado que aumenta el desorden en el universo, este no puede ser eterno. De lo contrario, el desorden ya sería completo, lo cual no es el caso. Por lo tanto, debió haber tenido un principio; uno extremadamente ordenado.

Un segundo argumento para probar que el universo tuvo un principio, y por lo tanto que hay alguien que le dio origen, lo aporta la filosofía. Plantea que no podría haber existido un número infinito de momentos antes de hoy; de lo contrario, hoy nunca hubiera llegado a ser (cuando efectivamente lo es). Esto se debe a que, por definición, el infinito no se puede atravesar: no tiene fin (ni principio). Pero como los momentos anteriores a hoy han sido atravesados, porque así hemos llegado al día de hoy, debe concluirse que solo puede haber existido un número finito (limitado) de momentos anteriores a hoy. O sea, el tiempo tuvo un principio. Pero si el universo de tiempo y espacio tuvo un principio, su existencia debió obedecer a una causa. Esta causa de todo lo que existe se llama Dios. ¡Dios existe!

Incluso el gran escéptico, David Hume, aceptaba las dos premisas de esta argumentación a favor de Dios. Es más, nunca negó que la existencia de las cosas se debiera a una causa. Escribió: «Nunca afirmé una proposición tan absurda como que algo pudiera surgir sin una causa que le diera origen». También dijo que era absurdo creer que había un número infinito de momentos: «El mundo temporal tuvo un principio. Un número infinito de partes de tiempo real, que se suceden y agotan unas tras otras, es una contradicción tan evidente que ningún hombre, cabría uno pensar, cuyo juicio no está corrompido, en vez de ser mejor debido a la ciencia, podría admitir» Ahora bien, si ambas premisas son verdaderas, debemos concluir que debió haber un Creador del universo temporal y espacial que llamamos cosmos. Por lo tanto, Dios existe.

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Extracto
Libro: ¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: Norman Geisler
Páginas: 25-28
Capitulo: 1
Editorial: Vida
Año: 2003

viernes, 4 de diciembre de 2015

¿Quién creó a Dios?


Mi hija Ruth, esposa de un pastor, le dijo a su hijo mayor, Samuel, que entonces tendría unos cuatro años: «Pregúntale a tu abuelo». Después de un rato me enfrentaba con esta pregunta: «Abuelo, ¿En qué lugar del cerebro está la mente?». La pregunta no ofrece dificultad alguna a un estudiante de filosofía universitario o seminarista que sabe en qué consiste una confusión de categorías, pero ¿Cómo explicárselo a un niño de cuatro años?

Como cualquier padre o líder de iglesia que haya ministrado a niños pequeños puede atestiguar, las cuestiones más difíciles suelen ser las planteadas por los miembros más jóvenes de la congregación. A menudo están relacionadas con Dios. Por ejemplo: «Papá, ¿Quién creó a Dios?». Seguro que son muchos los padres que han escuchado esta pregunta con anterioridad, aunque solo un puñado sabría responderla.

Debemos estar preparados para responder (cf. 1 Pedro 3:15) a toda pregunta hecha con sinceridad (cf. Colosenses 4:6). Las siguientes preguntas me las han planteado en los últimos cincuenta años de ministerio. Haré lo mejor posible por dar una respuesta que pueda ser entendida aun por los niños más jóvenes.


¿Quién creó a Dios?

Nadie. No fue creado. Siempre existió. Solo las cosas que tienen un principio, como el mundo, necesitan que haya un creador previo. Dios no tuvo principio y, por lo tanto, no necesitaba ser creado.

Para quienes son un poco mayores es posible agregar algo más. Tradicionalmente, la mayoría de los ateos que niegan la existencia de Dios creen que el universo no fue creado; simplemente siempre estuvo «allí». Apelan a la primera ley de la Termodinámica para respaldar su argumento: «La energía no se crea ni se destruye», insisten. Correspondería realizar varias observaciones.

Primero, esta manera de expresar la primera ley no es científica, más bien es una aseveración filosófica. La ciencia se basa en observaciones, y no hay ninguna observación empírica que pruebe ese dogmático «nada se creó», implícito en dicha afirmación. Para ser científica, debería expresarse de la siguiente forma: «Según las observaciones, la cantidad de energía presente en el universo permanece constante». Es decir, nadie ha observado el aumento de nuevas existencias de energía o la disminución de las actuales. Esta ley, debidamente entendida, no se pronuncia acerca de la eternidad ni dice nada acerca de que el universo tenga o no principio. Se entiende de esta que la energía bien podría, como bien no, haber sido creada. Se limita a afirmar que si la energía fue creada, lo más que se puede decir es que la cantidad total ha permanecido constante desde entonces.

Es más, supongamos que la energía, el universo de energía que llamamos cosmos, no haya sido creado, como muchos ateos han creído tradicionalmente, entonces no tendría sentido preguntar quién creó el universo. Si la energía es eterna y nunca fue creada, nadie la pudo haber creado. Siempre existió. Por lo tanto, si no tiene sentido preguntar: «¿Quién creó el universo?», ya que siempre existió, tampoco tiene sentido preguntar: «¿Quién creó a Dios?», por cuanto siempre existió.

Si el universo no es eterno es necesario que obedezca a una causa. Pero, por otra parte, si no tiene principio, no necesita una causa que le dé origen. De igual modo, si existe un Dios que no tiene principio, es absurdo preguntar: «¿Quién creó a Dios?». Preguntar: «¿Quién creó lo no creado?» o «¿Quién hizo lo no creado?» es una confusión de categorías. Sería lo mismo que preguntar: «¿Quién es la esposa del soltero?».

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Extracto
Libro: ¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: Norman Geisler
Páginas: 23-25
Capitulo: 1
Editorial: Vida
Año: 2003

sábado, 28 de noviembre de 2015

¿Es verdadera la teoría Neo-Darwiniana de la evolución?


La pregunta acerca de la verdad de ésta, en cuanto a la complejidad biológica, es más sutil de lo que la mayoría de la gente cree. Parte del problema radica en la ambigüedad de la palabra evolución, la que a veces se toma como significando nada más que «cambios en el transcurso del tiempo», algo con lo que todos estarían de acuerdo. Por lo tanto, debemos ir más allá de esta terminología y estudiar lo que la teoría postula en realidad. Hay al menos dos principios fundamentales en ésta: el primero, que tiene que ver con lo que podríamos llamar la doctrina de un antepasado común; y el segundo, relacionado con los mecanismos de mutación genética y de selección natural

Según la doctrina del antepasado común, todas las formas de vida evolucionaron a partir de un antepasado único. A su favor está el hecho de que casi todos los organismos vivos tienen el mismo código genético o ADN. Podría decirse que Dios simplemente usó el mismo plan básico de diseño para crear los diferentes tipos de organismos que hizo. Pero más plausible sería pensar que la similitud genética de todas los seres vivientes se debe a que están relacionadas entre sí, y que todos tienen en un antepasado común.

Pero, por otra parte, la evidencia fósil está en franca oposición con la doctrina; de un antepasado común. Cuando Darwin propuso su teoría, una de las principales debilidades que tenía era que no había ningún organismo a mitad de camino entre diversos organismos, como formas de transición. Él respondió a esta objeción, sin embargo, aduciendo que estos animales de transición existieron en el pasado y que eventualmente serían descubiertos. Pero, a medida que los paleontólogos desenterraban restos fósiles, no encontraron estas formas; han descubierto más animales y plantas diferentes que se extinguieron. Es cierto que hay algunas formas que posiblemente puedan ser de transición, como el Archaeopterix, un ave con características de reptil. Pero si la teoría neodarwiniana fuera cierta, no habría solo unos pocos eslabones perdidos; en realidad, como señala Michael Denton, habría literalmente millones de formas de transición registradas por los fósiles. El problema no puede ser descartado diciendo que no hemos excavado lo suficientemente profundo. Las formas de transición no se han descubierto porque no están allí. Por lo tanto, la evidencia con respecto a la doctrina de un antepasado en común es confusa. La evidencia provista por el ADN tiende a apoyarla, pero la evidencia fósil la contradice.

¿Y qué de los mecanismos de mutación genética y selección natural que supuestamente son el motor de la evolución? Según la teoría, el desarrollo evolutivo ocurre porque hay mutaciones aleatorias que producen nuevos caracteres en los organismos vivos, y aquellos con más ventajas para la supervivencia pueden sobrevivir y reproducirse.

No conozco evidencia alguna de que estos mecanismos sean capaces de producir el tipo de complejidad biológica que vemos hoy en el mundo a partir de un organismo unicelular. En realidad, toda la evidencia es absolutamente contraria. Por una parte, los procesos son simplemente muy lentos. En su libro, The Anthropic Cosmological Principle [El principio cosmológico antrópico], Barrow y Tipler enumeran diez pasos en el curso de la evolución humana (el desarrollo de la respiración aerobia, el desarrollo de un esqueleto interior, el desarrollo del ojo, por ejemplo), cada uno de los cuales sería tan improbable que antes de que pudieran ocurrir, el Sol habría dejado de ser una estrella de primera magnitud y; habría incinerado la tierra. Concluyen: «Entre los evolucionistas se ha extendido el consenso general de que la evolución de vida inteligente es tan improbable que sería casi imposible que hubiera ocurrido en cualquier otro planeta de todo el universo visible». De ser esto cierto, ¿por qué pensar que la vida inteligente evolucionó por casualidad en este planeta?

Un segundo problema con la mutación genética y la selección natural es que son incapaces de explicar el origen de la irreductibilidad de los sistemas complejos. Ese el punto principal del libro de Michael Behe, Darwin's Black Box [La caja negra de Darwin]. Behe, un microbiólogo de la Universidad de Lehigh, puntualiza que ciertos sistemas celulares, como los mecanismos de coagulación de la sangre o las estructuras filamentosas llamadas cilias, son como máquinas microscópicas increíblemente complicadas que no podrían funcionar a menos que todas sus partes estuvieran presentes y en buen estado. Por lo tanto, no pudieron evolucionar parte por parte. Al analizar miles de artículos científicos sobre estos sistemas, Behe descubrió que prácticamente nada había sido escrito acerca de cómo dichos sistemas irreductiblemente complejos hubieran podido evolucionar a partir de mutaciones aleatorias y selección natural. No hay ningún entendimiento científico acerca de cómo dichos sistemas se originaron; con respecto a éstos, el darwinismo no tiene ningún poder explicativo.

En resumidas cuentas, dada la ausencia de un consenso metodológico respecto al naturalismo, no parece haber evidencia de peso para la teoría neodarwiniana. Por el contrario, parecería haber bastante evidencia que apunta a que el relato neodarwiniano no es el fin de la historia.

Nuevamente, la Biblia no nos dice cómo creó Dios los organismos biológicamente complejos ni tampoco cómo creó la vida. (El relato de la creación del hombre y la mujer, de Génesis 2, es obviamente muy simbólico, dado que Dios, al no tener pulmones ni una boca, no podría literalmente soplar aliento en la nariz de Adán.) Podría haber creado ex-nihilo (de la nada), o podría haberse valido de etapas más primitivas de organismos vivos como materia prima para la creación de formas superiores, mediante cambios sistémicos que serían altamente improbables de acuerdo a cualquier explicación naturalista. El cristiano puede seguir la evidencia hasta donde esta lo lleve, pero lo que la evidencia sí parece indicar es que la existencia de la complejidad biológica requiere una inteligencia diseñadora como la descrita en la Biblia.

Conclusión
Lo anterior es apenas una muestra somera del trabajo fascinante e interesante que hoy se está desarrollando en el diálogo entre la ciencia y la religión. Correspondería decir mucho, mucho más; por ejemplo, acerca de la teoría Cuántica y de la teoría de la Relatividad, la Antropología y la Neurología. Hay preguntas difíciles pendientes, pero el creyente evangélico contemporáneo no debería temer a la ciencia como si fuera enemiga de la fe cristiana. En cambio, debería aliarse con la ciencia para entender la verdad acerca del mundo que Dios creó y para encontrar allí ricos recursos apologéticos a favor de la fe cristiana.

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Extracto
Libro: ¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William Lane Craig
Páginas: 85-88
Capitulo: 3
Editorial: Vida

Año: 2003

sábado, 21 de noviembre de 2015

¿Qué duración tienen los días de la creación en Génesis?


Hagamos una pausa para recapitular. Para comenzar, tenemos la improbabilidad de que las condiciones iniciales del universo estuviesen «puestas a punto» de manera tal que fueran propicias para que la vida existiera en el cosmos. Además, debemos agregar la improbabilidad real del origen de la vida sobre la Tierra primitiva. Pero aun cuando esas dos condiciones se cumplieran, no habría garantía de que la vida pudiera desarrollarse y desenvolverse en organismos complejos. Por lo tanto, además de todas las improbabilidades ya consideradas, ahora debemos agregar la improbabilidad de la evolución de la complejidad biológica.

Se trata de un tema en el que los cristianos adoptan diversos puntos de vista. Algunos creyentes consideran que Génesis describe una semana literal de seis días para la creación, pero, a mi entender, hay claves en el texto mismo que nos muestran que no pretende describir una semana así para la creación. Por ejemplo, el séptimo día claramente no es un período de veinticuatro horas sino que representa el día de descanso, cuando Dios reposó del trabajo de la creación y que se extiende hasta el día de hoy. Estamos viviendo el séptimo día.

Y con respecto al tercer día, leemos: «Y dijo Dios: "¡Que haya vegetación sobre la tierra; que ésta produzca hierbas que den semilla, y árboles que den su fruto con semilla, todos según su especie!". Y así sucedió. Comenzó a brotar la vegetación: hierbas que dan semilla, y árboles que dan su fruto con semilla, todos según su especie. Y Dios consideró que esto era bueno. Y vino la noche, y llegó la mañana: ése fue el tercer día» (Génesis 1: 11,13). Ahora bien, todos sabemos cuánto tiempo demoran, por ejemplo, los manzanos en crecer, brotar y dar fruto. Salvo que nos imaginemos esto teniendo lugar como en una fotografía de alta velocidad (como en la película El desierto viviente de Walt Disney) en que las plantas germinan, crecen y se cubren de pimpollos y de frutos, este proceso debió haber ocurrido en más de veinticuatro horas. Me cuesta creer que el autor de Génesis hubiera querido que sus lectores se imaginaran las cosas apareciendo de pronto como en una película a alta velocidad. Quisiera señalar que mi argumento se basa en el propio texto, no en nada que la ciencia pueda decimos.

Históricamente, ni la mayoría de los judíos ni los cristianos interpretaron Génesis 1 como refiriéndose a períodos de veinticuatro horas, como el profesor judío Nathan Aviezer señala en su libro reciente In the Beginning [En el principio]. Aviezer hace referencia a ciertos clásicos eruditos rabínicos de la Torá y el Talmud para probar su argumento, y también podríamos citar a los primeros padres de la Iglesia Cristiana como Irineo, Orígenes, Basileo y Agustín para demostrar lo mismo. No estoy negando que una lectura literal de Génesis 1 sea una interpretación legítima, pero no hay casi manera de poder afirmar que es la única interpretación permitida por el texto, ni tampoco representa, históricamente, como la mayoría de judíos y cristianos han entendido este pasaje.

Pero si esto fuera correcto, entonces Génesis no nos dice prácticamente nada acerca de cómo Dios creo las plantas y los animales. ¿Los creó de la nada? ¿Los creó a partir de otras formas de vida existentes? ¿Se valió de la evolución para producirlos poco a poco? Estas son preguntas científicas que la Biblia no se plantea. El punto principal de la historia de Génesis es decir que Dios es el Creador de todo lo que hay en el mundo. El sol y la luna y los animales y las plantas no son deidades; son solo criaturas: Dios creó todo. La manera en que lo hizo parece no estar resuelta.

Ahora bien, lo que esto implica es que los cristianos son libres de seguir la evidencia a dondequiera que esta los conduzca. A este respecto, el cristiano tiene una ventaja sobre el naturalista. Porque si Dios no existe, la evolución es la única posibilidad. A pesar de lo improbable que sea, a pesar de lo que diga la evidencia, la evolución tiene que ser cierta, porque no hay otra cosa fuera de la naturaleza capaz de dar origen a la complejidad biológica. Por lo tanto, la conclusión del naturalista está determinada de antemano por su filosofía y no por la evidencia.

El libro de Phillip ]ohnson, Darwin on Trial [Juicio a Darwin], que contribuyó a engendrar el movimiento del Diseño Inteligente, demuestra claramente el punto central de que la teoría neodarwiniana de la evolución no es algo que pueda concluirse a partir de los datos sino que se basa en un compromiso filosófico con el naturalismo. Johnson no tiene problemas en admitir que el darwinismo es la mejor teoría naturalista de la complejidad biológica, pero como él no es un naturalista, simplemente dice «¿Y qué me importa? No quiero saber cuál es la mejor teoría naturalista sino cuál teoría es verdad». Así, lo que argumenta es que si no se aceptan las premisas del naturalismo, no hay ningún dato empírico que obligue a aceptar que esta teoría sea verdad.

Lo que la evidencia apoya es la microevolución: el cambio dentro de ciertos límites. Pero aun el más conservador de los fundamentalistas está de acuerdo con esto ya que creen que todas las razas humanas descienden de una única pareja humana ancestral, Adán y Eva. El cambio dentro de ciertos tipos no es, por lo tanto, ningún problema. La teoría neodarwiniana representa un enorme salto o extrapolación de la microevolución, con la que todos están de acuerdo, a la macroevolución. Pero los ejemplos abundan en la ciencia en que dichas extrapolaciones han fracasado. Por ejemplo, Einstein intentó extrapolar su exitoso principio especial de la relatividad a un principio general de la misma, pero no lo pudo lograr. Esta última en realidad no es propiamente tal, ya que se trata de una teoría de la gravedad que no hace que todo movimiento sea relativo, como él esperaba. De la misma manera, deberíamos preguntamos, ¿Por qué pensar que la extrapolación de la microevolución a la macroevolución es legítima? Una vez que abandonamos el compromiso metodológico con el naturalismo, ¿por qué pensar que la teoría neodarwiniana es verdad?

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Extracto
Libro: ¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William Lane Craig
Páginas: 82-84
Capitulo: 3
Editorial: Vida

Año: 2003

sábado, 24 de octubre de 2015

¿Cuál es la explicación del verdadero origen de la vida?


La «puesta a punto» del universo provee ciertos prerrequisitos para la existencia de vida en cualquier parte del cosmos, pero no garantiza que la vida en realidad surja en el universo. En otras palabras, si bien estas condiciones propicias eran necesarias para la vida, no eran suficientes para la vida. Por lo tanto, podemos preguntamos ¿Qué más se necesita? ¿Cómo explicar el verdadero origen de la vida?

A la mayoría posiblemente se nos enseñó en la escuela que la vida se originó en un «caldo primitivo» por reacciones químicas aleatorias. En la década de los cincuenta, Stanley Miller fue capaz de sintetizar aminoácidos al hacer pasar una corriente eléctrica por gas metano. Aunque los aminoácidos no son seres vivos, las proteínas están compuestas de aminoácidos, y las proteínas están presentes en todos los seres vivos, y entonces la esperanza era que, de alguna manera u otra, era posible explicar el origen de la vida.

A primera vista, dicho escenario para el origen de la vida parecería ser indefectiblemente improbable. Fred Hoyle y Chandra Wickramasinghe estimaron que la probabilidad para que entre diez y veinte aminoácidos requeridos se combinaran libremente (recordemos que en esta situación no hay selección natural y por lo tanto no se puede hablar de evolución química) para formar una enzima era una en casi 10 elevado a la 20. Dado el tamaño de los océanos de la tierra y los billones de años disponibles, pensaban que dicha improbabilidad no era insalvable. Pero señalaban que hay dos mil enzimas hechas de aminoácidos, todas las cuales tendrían que haber sido producto de la casualidad, y la probabilidad para que eso ocurriera sería de uno en 10 elevado a la potencia 4000,  una probabilidad tan «increíblemente pequeña» que sería impensable «ni siquiera aunque todo el universo consistiera de un caldo orgánico». Y esto no es más que el principio. Todavía queda pendiente la formación de cadenas de ADN a partir de proteínas y de la compleja maquinaria presente en las células. Estos asuntos son demasiado complicados para poder cuantificarlos.

Por lo tanto, el escenario de un caldo primigenio nunca tuvo muchas posibilidades. Lo que la mayoría de la gente común y corriente no se da cuenta, sin embargo, es que todos estos escenarios antiguos del «origen químico de la vida» han sido descartados y abandonados. Este punto ha sido maravillosamente documentado en el libro The Mystery of Life's Origin (El misterio del origen de la vida). Los autores puntualizan que, probablemente, nunca existió una cosa así llamada caldo primigenio, porque los procesos naturales de destrucción y dilución hubieran evitado las reacciones químicas que supuestamente hubieran originado la vida. Además, originalmente se pensó que se contaba con billones de años para que la vida pudiera originarse por casualidad. Sin embargo, hoy tenemos evidencia fósil de que la vida existía hace ya tres mil ochocientos millones de años. Esto significa que «la ventana de oportunidad» en que la vida debía originarse por casualidad estaría siendo progresivamente menor, quedando reducida a solo unos veinticinco millones de años, lo que es un margen de tiempo muy breve para estos escenarios de causalidad. Además, para los escenarios de origen químico de la vida es indispensable que la atmósfera terrestre, en sus orígenes, tuviera muy poco oxígeno; la evidencia, sin embargo, sugiere que la atmósfera originalmente era rica en oxígeno. Todavía más, no existía manera de preservar los productos de la evolución química para el supuesto segundo paso en el desarrollo. Los mismos procesos que los formaban servían para destruirlos. La Termodinámica también plantea un problema insuperable para dichos escenarios, porque no hay manera de controlar la energía bruta del ambiente, por ejemplo, la energía de los rayos o del Sol, para que puedan catalizar la evolución química.

Por estas razones, y más, todo el campo de los estudios del origen de la vida está en una encrucijada. Todas las viejas teorías no se sostienen en pie; no se avizora ninguna nueva teoría aceptable en el horizonte. El origen de la vida sobre la tierra parece ser algo inexplicable. Francis Crick ha reflexionado acerca de esto y ha dicho que «es casi como si fuera un milagro». Debido a estos problemas, algunos científicos están diciendo que, tal vez, la vida no se originó en la tierra, sino que fue originalmente transportada por meteoritos de algún otro planeta. Pero eso implica un salto de fe pura y lo único que hace es aplazar el problema. ¿Cómo se originó la vida en otro lugar? En vez de responder a la pregunta, hace que la pregunta carezca de respuesta.

A veces la gente dice que si el universo fuera infinito (o si hubiera muchos universos), entonces, a pesar de lo improbable que fuera la vida, se originaría en algún lugar por casualidad. En realidad, si el universo es infinito, la vida existiría por casualidad infinitamente muchas veces en todo el universo. Pero el problema con esta objeción es que multiplica los recursos probabilísticos sin justificación. Si pudiéramos hacer esto, podríamos explicar de la misma manera virtual cualquier hecho improbable, y con esto excluiríamos cualquier conducta racional. A pesar de lo improbable que algo pudiera ser, siempre podríamos encontrarle una explicación diciendo que en un universo infinito en algún lado podría suceder. ¿Pueden imaginarse el siguiente diálogo en una mesa de póquer en un salón de juegos en el oeste de Texas?

-Compadre ¡no estás jugando limpio! ¡Eres un tramposo! Cada vez que repartes ¡sacas cuatro ases!

-Pues mira, viejo, sé que puede parecerte sospechoso que cada vez que reparto me toquen cuatro ases, pero tienes que entender que en este universo infinito hay una cantidad infinita de partidas de póquer teniendo lugar como esta en otros lados. Así que es muy probable que en algunas de ellas, cada vez que reparto me toquen cuatro ases. Así que ¡cállate la boca de una vez y a ver si te dedicas a jugar a las cartas!

Ahora, si tú fueras el viejo, ¿serías tan tonto como para seguir jugando más partidas de póquer? Según este tipo de razonamiento, la paradoja es que nunca tendríamos prueba de que el universo es infinito, porque cualquier evidencia que así lo demuestre podría explicarse diciendo que es el resultado de la casualidad en un universo suficientemente grande (si bien todavía finito) para que la evidencia fuera solo resultado de la mera casualidad. Por lo tanto, la objeción, en última instancia, es insostenible y no puede afirmarse racionalmente.

Ahora bien, la Biblia no dice cómo se originó la vida. Solo dice: «Y dijo Dios: "¡Que haya vegetación sobre la tierra; que ésta produzca hierbas que den semilla, y árboles que den su fruto con semilla, todos según su especie!". Y así sucedió... y dijo Dios: "¡Que rebosen de seres vivientes las aguas, y que vuelen las aves sobre la tierra a lo largo del firmamento!"» (Génesis 1:11,20). La Biblia no es un libro científico y no nos dice qué medios, si es que se valió de algunos, usó Dios para crear la vida, pero la evidencia científica, sin duda, concuerda con que (para usar las palabras de Francis Crack), el origen de la vida fue un milagro; es decir, un hecho generado de manera sobrenatural por Dios. La Biblia y la ciencia, evidentemente, no entran en conflicto a este respecto; de hecho, en todo caso, la evidencia científica es más clara que la Biblia en el sentido de que el origen de la vida se debió a un acto milagroso de Dios el Creador.

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Extracto
Libro: ¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William Lane Craig
Páginas: 78-81
Capitulo: 3
Editorial: Vida

Año: 2003

jueves, 15 de octubre de 2015

¿Qué significa la hipótesis de muchos mundos?


Los teóricos que defienden la alternativa de la casualidad se han visto, por lo tanto, obligados a adoptar una hipótesis extraordinaria: la de «muchos mundos». De acuerdo con esta, nuestro universo sería solo un elemento más de una colección mayor de universos, todos reales, y universos existentes y no solo posibles. Para asegurar que en el concierto de mundos apareciera, por casualidad, un universo con condiciones propicias para la vida, se estipula que hay una cantidad infinita de universos en el conjunto (para que se realicen todas las posibilidades) y que las constantes y cantidades físicas se ordenan de manera aleatoria (para que los mundos no sean todos iguales). Por ende, en alguna parte de este concierto de mundos aparecerán solo, por casualidad, universos armónicamente ajustados como el nuestro. No debería sorprendernos observar condiciones precisamente-balanceadas, ya que observadores como nosotros solo existen en aquellos universos que están bien «puestos a punto».

El hecho de que científicos serios, deban sentirse forzados a recurrir a dicha hipótesis metafísica extraordinaria es una medida del grado a que estos clamores de «puesta a punto» exigen justificación. Paul Davies no hace mucho declaró que el caso a favor del diseño se mantiene en pie o cae conforme al éxito de la hipótesis de muchos mundos.

¿Qué se puede decir, entonces, de esta hipótesis? En primer lugar, debemos darnos cuenta que no es más científica ni menos metafísica que la hipótesis de un «diseñador cósmico». Como dice el teólogo y científico John Polkinghorne: «La gente procura pergeñar un relato de "muchos universos" en términos seudocientíficos, pero eso es seudociencia. Pensar que pudiera haber muchos universos con diferentes leyes y circunstancias no es otra cosa que una conjetura metafísica». Pero como hipótesis metafísica, la de muchos mundos es argumentativamente inferior a la del diseño, porque ésta es más simple. Según un principio conocido como la navaja de Ockham, no se deberían multiplicar las causas más allá de lo necesario para explicar los efectos. Y es más simple postular un diseñador cósmico para explicar nuestro universo que la de una colección infinitamente recargada e inventada de universos, como requiere la hipótesis de muchos mundos. Por lo tanto, es preferible la hipótesis del diseño.

En segundo lugar, no hay manera conocida de generar un concierto de mundos. Nadie ha sido capaz de explicar cómo o por qué dicha colección diversa de universos pudiera y debiera existir. Además, los intentos que se han hecho requieren también estar ajustados. Por ejemplo, aunque algunos expertos en cosmografía apelan a las llamadas teorías inflacionarias del universo para generar un concierto de mundos, el único modelo inflacionario consistente es la teoría Inflacionaria del Caos de Linde, la cual requiere una puesta a punto inicial para comenzar el proceso de inflación.

En tercer lugar, la hipótesis de muchos mundos enfrenta un grave cuestionamiento desde la teoría «de la Evolución Biológica», que es uno de los puntos de la cosmovisión científica.  Antes de continuar, un poco de antecedentes: durante el siglo diecinueve, el físico alemán Ludwig Boltzmann, propuso un tipo de hipótesis de muchos mundos para explicar por qué no encontramos el universo en un estado de «muerte por calor» o equilibrio termodinámico en el que la energía estuviera distribuida en forma uniforme por todo el universo. Boltzmann planteó la hipótesis de que el universo, en su conjunto, está, de hecho, en un estado de equilibrio, pero que con el transcurso del tiempo las fluctuaciones en el nivel de energía ocurren aquí y allá en todo el universo de manera que solo por casualidad habrá regiones aisladas en las cuales exista el desequilibrio. Boltzmann se refiere a estas regiones aisladas como «mundos».

No deberíamos sorprendemos al observar que nuestro mundo está en un estado de desequilibrio muy improbable dado que en el concierto de todos los mundos la probabilidad exige que algunos mundos estén en desequilibrio… y el nuestro es uno de esos mundos.

El problema de esta osada hipótesis de muchos mundos es que si el nuestro no es más que una fluctuación en un mar de energía difusa, sería muchísimo más probable que tuviéramos que observar una región de desequilibrio mucho menor que la presente. Para que existiéramos, una fluctuación menor, aunque solo fuera una que produjo nuestro mundo en un instante por un enorme accidente, sería muchísimo más probable que una progresiva disminución de la entropía para dar forma al mundo tal como lo conocemos. En realidad, esta hipótesis, de adoptarse, nos obligaría a considerar que el pasado es ilusorio, que todas las cosas solo tienen una mera apariencia de antigüedad, y que las estrellas y los planetas son igual de Ilusorios. Y dicho tipo de mundo, en que las estrellas no son más que «imágenes», en cierto modo sería mucho más probable, dado el estado de equilibrio generalizado, que un mundo con hechos temporalmente genuinos y espacialmente distantes. Por lo tanto, esta hipótesis de muchos mundos ha sido rechazada por toda la comunidad científica, y el desequilibrio actual suele considerarse nada más que como el resultado de una condición de baja entropía inicial misteriosamente existente al principio del universo.

Ahora bien, la hipótesis de muchos mundos conlleva un problema paralelo igual a la explicación de un universo bien ajustado. Según la teoría Hegemónica de la Evolución Biológica, la vida inteligente como la nuestra, si ha de evolucionar, lo hará hacia el fin de la vida del sol tanto como sea posible. Cuanto menor sea el tiempo disponible para el funcionamiento de los mecanismos de mutación genética y de selección natural, menor será la probabilidad de evolución de vida inteligente. Dada la complejidad del organismo humano es muchísimo más probable que nosotros evolucionemos más tardía que tempranamente en la vida del sol. Por lo tanto, si nuestro universo no es más que uno en un concierto de mundos, sería abrumadoramente más probable que estuviéramos observando un sol muy viejo más que uno relativamente joven de solo unos pocos billones de años. Si somos producto de la evolución biológica, deberíamos hallarnos en un mundo en que evolucionamos tardíamente en la vida de nuestra estrella. En realidad, adoptar la hipótesis de muchos mundos, para evitar explicar la «puesta a punto» del universo, también resulta en una forma extraña de ilusionismo. Sería mucho más probable que todas nuestras estimaciones astronómicas, geológicas y biológicas de edades relativamente jóvenes estuvieran erradas, que en realidad existimos tardíamente en la vida del sol y que la apariencia de juventud del mismo y la tierra no es más que una enorme ilusión, lo que es científicamente un disparate. Por lo tanto, o no somos productos de la casualidad de la evolución biológica (en cuyo caso el diseño debe ser cierto) o no somos productos de la casualidad en un concierto de mundos (en cuyo caso el diseño debe ser cierto). Sea cual fuere el caso, la lógica nos conduce a un diseñador.

Con el fracaso de la hipótesis de muchos mundos, el último obstáculo a la inferencia del diseño en la «puesta a punto» del universo termina por resquebrajarse. Dada la incomprensible improbabilidad especificada de que las condiciones iniciales del universo fueran ya propicias para la vida es plausible creer, como dice la Biblia, que este mundo fue providencialmente ordenado por Dios para sostener la vida.

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Extracto
Libro: ¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William Lane Craig
Páginas: 74-77
Capitulo: 3
Editorial: Vida

Año: 2003