Hagamos
una pausa para recapitular. Para comenzar, tenemos la improbabilidad de que las
condiciones iniciales del universo estuviesen «puestas a punto» de manera tal
que fueran propicias para que la vida existiera en el cosmos. Además, debemos
agregar la improbabilidad real del origen de la vida sobre la Tierra primitiva.
Pero aun cuando esas dos condiciones se cumplieran, no habría garantía de que
la vida pudiera desarrollarse y desenvolverse en organismos complejos. Por lo tanto,
además de todas las improbabilidades ya consideradas, ahora debemos agregar la
improbabilidad de la evolución de la complejidad biológica.
Se
trata de un tema en el que los cristianos adoptan diversos puntos de vista.
Algunos creyentes consideran que Génesis describe una semana literal de seis días
para la creación, pero, a mi entender, hay claves en el texto mismo que nos
muestran que no pretende describir una semana así para la creación. Por
ejemplo, el séptimo día claramente no es un período de veinticuatro horas sino
que representa el día de descanso, cuando Dios reposó del trabajo de la
creación y que se extiende hasta el día de hoy. Estamos viviendo el séptimo
día.
Y
con respecto al tercer día, leemos: «Y dijo Dios: "¡Que haya vegetación
sobre la tierra; que ésta produzca hierbas que den semilla, y árboles que den
su fruto con semilla, todos según su especie!". Y
así sucedió. Comenzó a brotar la vegetación: hierbas que dan
semilla, y árboles que dan su fruto con semilla, todos según su especie. Y Dios
consideró que esto era bueno. Y vino la noche, y llegó
la mañana: ése fue el tercer día» (Génesis 1: 11,13). Ahora bien, todos sabemos
cuánto tiempo demoran, por ejemplo, los manzanos en crecer, brotar y dar fruto.
Salvo que nos imaginemos esto teniendo lugar como en una fotografía de alta
velocidad (como en la película El
desierto viviente de Walt Disney) en que las plantas germinan, crecen y
se cubren de pimpollos y de frutos, este proceso debió haber ocurrido en más de
veinticuatro horas. Me cuesta creer que el autor de Génesis hubiera querido que
sus lectores se imaginaran las cosas apareciendo de pronto como en una película
a alta velocidad. Quisiera señalar que mi argumento se basa en el propio texto,
no en nada que la ciencia pueda decimos.
Históricamente,
ni la mayoría de los judíos ni los cristianos interpretaron Génesis 1 como refiriéndose
a períodos de veinticuatro horas, como el profesor judío Nathan Aviezer señala
en su libro reciente In the Beginning [En el principio]. Aviezer hace
referencia a ciertos clásicos eruditos rabínicos de la Torá y el Talmud para
probar su argumento, y también podríamos citar a los primeros padres de la
Iglesia Cristiana como Irineo, Orígenes, Basileo y Agustín
para demostrar lo mismo. No estoy negando que una lectura literal de Génesis 1
sea una interpretación legítima, pero no hay casi manera de poder afirmar que
es la única interpretación permitida por el texto, ni tampoco representa,
históricamente, como la mayoría de judíos y cristianos han entendido este
pasaje.
Pero
si esto fuera correcto, entonces Génesis no nos dice prácticamente nada acerca
de cómo Dios creo las plantas y los animales. ¿Los creó de la nada? ¿Los creó a
partir de otras formas de vida existentes? ¿Se valió de la evolución para producirlos
poco a poco? Estas son preguntas científicas que la Biblia no se plantea. El punto
principal de la historia de Génesis es decir que Dios es el Creador de todo lo
que hay en el mundo. El sol y la luna y los animales y las plantas no son deidades;
son solo criaturas: Dios creó todo. La manera en que lo hizo parece no estar
resuelta.
Ahora
bien, lo que esto implica es que los cristianos son libres de seguir la
evidencia a dondequiera que esta los conduzca. A este respecto, el cristiano
tiene una ventaja sobre el naturalista. Porque si Dios no existe, la evolución
es la única posibilidad. A pesar de lo improbable que sea, a pesar de lo que
diga la evidencia, la evolución tiene que ser cierta, porque no hay otra cosa
fuera de la naturaleza capaz de dar origen a la complejidad biológica. Por lo
tanto, la conclusión del naturalista está determinada de antemano por su
filosofía y no por la evidencia.
El
libro de Phillip ]ohnson, Darwin on Trial [Juicio a Darwin], que
contribuyó a engendrar el movimiento del Diseño Inteligente, demuestra
claramente el punto central de que la teoría neodarwiniana de la evolución no
es algo que pueda concluirse a partir de los datos sino que se basa en un
compromiso filosófico con el naturalismo. Johnson no tiene problemas en admitir
que el darwinismo es la mejor teoría naturalista de la complejidad
biológica, pero como él no es un naturalista, simplemente dice «¿Y qué me
importa? No quiero saber cuál es la mejor teoría naturalista sino cuál teoría
es verdad». Así, lo que argumenta es que si no se aceptan las premisas
del naturalismo, no hay ningún dato empírico que obligue a aceptar que esta
teoría sea verdad.
Lo
que la evidencia apoya es la microevolución: el cambio dentro de ciertos
límites. Pero aun el más conservador de los fundamentalistas está de acuerdo
con esto ya que creen que todas las razas humanas descienden de una única
pareja humana ancestral, Adán y Eva. El cambio dentro de ciertos tipos no es,
por lo tanto, ningún problema. La teoría neodarwiniana representa un enorme
salto o extrapolación de la microevolución, con la que todos están de acuerdo,
a la macroevolución. Pero los ejemplos abundan en la ciencia en que dichas
extrapolaciones han fracasado. Por ejemplo, Einstein intentó extrapolar su exitoso
principio especial de la relatividad a un principio general de la misma, pero
no lo pudo lograr. Esta última en realidad no es propiamente tal, ya que se
trata de una teoría de la gravedad que no hace que todo movimiento sea relativo,
como él esperaba. De la misma manera, deberíamos preguntamos, ¿Por qué pensar que
la extrapolación de la microevolución a la macroevolución es legítima? Una vez
que abandonamos el compromiso metodológico con el naturalismo, ¿por qué pensar
que la teoría neodarwiniana es verdad?
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Extracto
Libro: ¿Quién
creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi
Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William
Lane Craig
Páginas: 82-84
Capitulo: 3
Editorial:
Vida
Año:
2003
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