Por
el año 1896, el presidente de la Universidad de Comell, Andrew Dickson White,
publicó un libro con el título A History of the Warfare of Science with
Theology in Christendom (Una
historia de la lucha entre la ciencia y la
teología
en el cristianismo) Bajo la influencia de White, la metáfora
de una lucha para describir la relación entre la ciencia y
la religión cristiana se extendió durante la primera mitad
del siglo veinte. La visión dominante en la cultura de nuestra sociedad, incluso
entre cristianos, fue que la ciencia y el
cristianismo no eran aliados en la búsqueda de la verdad sino adversarios.
A modo de ilustración, hace unos años atrás acepté participar en un debate
con un filósofo de la ciencia en la Universidad Simon Fraser de Vancouver. El
asunto a debatir era: «¿Son la ciencia y el
cristianismo recíprocamente incompatibles? Pero cuando llegué al campus, vi que
los estudiantes cristianos que patrocinaban el debate lo estaban promocionando
con grandes carteles y pancartas
que decían: «La ciencia vs. el cristianismo». Los estudiantes cristianos estaban
perpetuando la misma mentalidad de antagonismo que Andrew Dickson White había
proclamado cien años antes.
LA
CIENCIA Y EL CRISTIANISMO, ¿ALIADOS O ADVERSARIOS?
Lo
que sucedió, sin embargo, durante la segunda mitad del siglo veinte, fue que
los historiadores y filósofos de la ciencia se dieron cuenta que esta supuesta
historia de antagonismos era un mito. Como Charles Thaxton y Nancy Pearcey
señalan en su libro The Soul of Science (El alma de la ciencia), en los
trescientos años que representan el desarrollo de la ciencia moderna, desde
1500 hasta fines de 1800, la relación entre la ciencia y la religión podría ser
bien descrita como una alianza. El libro de White hoy se considera más bien
como una broma de mal gusto, una propaganda tendenciosa y tergiversada. Hoy se
la cita solo como ejemplo de cómo no se debe hacer historia de la ciencia.
Los
historiadores de la ciencia, en la actualidad, reconocen el papel indispensable
que desempeñó la fe cristiana en el crecimiento y el desarrollo de la ciencia
moderna. La ciencia no es algo natural a la humanidad. Como lo recalca el
escritor científico Loren Eiseley, la ciencia es «una institución cultural
inventada» que requiere un «terreno propicio» a fin de fructificar. La ciencia
moderna no surgió en oriente ni en África sino en la civilización occidental.
¿A qué se debió esto? A la singular contribución de la religión cristiana a la
cultura occidental. Como afirma Eiseley: «Fue el mundo cristiano lo que
finalmente dio a luz de modo claro y articulado el método experimental propio
de la ciencia».
A
diferencia de las religiones orientales y vulgares, el cristianismo no considera
que el mundo sea divino ni esté habitado por espíritus, sino que es el producto
natural de un Creador Trascendental que lo diseñó y lo hizo existir. Por ende,
el mundo es un lugar racional abierto a la exploración y al descubrimiento.
Hasta las últimas décadas del siglo diecinueve, los científicos eran
típicamente creyentes cristianos que no veían ningún conflicto entre su ciencia
y su fe, hombres como Kepler, Boyle, Maxwell, Faraday, Kelvin, y otros. La idea
de una lucha entre la ciencia y la religión es una invención relativamente
reciente de fines del siglo diecinueve, un mito cuidadosamente fomentado por
pensadores seculares con el propósito de minar el dominio cultural del
cristianismo y de reemplazarlo por el naturalismo, que postula que
nada fuera de la naturaleza es real y que la única manera de descubrir la
verdad es por medio de la ciencia. Fueron tremendamente exitosos en llevar a
cabo sus planes.
Pero
los filósofos de la ciencia, durante la segunda mitad del siglo veinte,
llegaron a la conclusión que toda la empresa científica se basa en ciertas
premisas que no pueden ser probadas científicamente, sino que están garantizadas
por la visión del mundo cristiano: por ejemplo, las leyes de la lógica, la
naturaleza ordenada del mundo exterior, la confiabilidad en nuestras facultades
cognitivas para conocer el mundo, la validez del razonamiento inductivo y la
objetividad de los valores morales usados por la ciencia. Desearía enfatizar
que la ciencia ni siquiera podría existir sin estas premisas y que, sin
embargo, éstas no pueden ser demostradas científicamente. Son premisas
filosóficas que, y esto es lo
más interesante, son parte integral de la cosmovisión cristiana. Por lo tanto,
la teología es una aliada de la ciencia en cuanto le proporciona el marco
conceptual para que la ciencia pueda existir. Aún más, la religión cristiana,
históricamente, proveyó el marco conceptual en que la ciencia nació y
se desarrolló.
Vivimos,
por lo tanto, en una época de renovado interés en las relaciones entre la ciencia
y la teología cristiana. En realidad,
durante el último cuarto del siglo veinte, ha prosperado un fructífero diálogo
entre la ciencia y la teología en Norteamérica y Europa.
Han surgido numerosas sociedades para la promoción de este diálogo: la Sociedad
Europea para el Estudio de la Ciencia y de la teología, el Foro para la Ciencia
y la Religión, el Centro de teología y
Ciencias Naturales (CTNS), así como otras instituciones. En particular, es
significativo que han tenido lugar conferencias patrocinadas por el CTNS y
el Observatorio del Vaticano, en la que prominentes
científicos como Stephen Hawking y Paul Davies han explorado las implicancias
de la ciencia para la teología con teólogos de la talla de John Polkinghome y
Wolfhart Pannenberg. Además de haber publicaciones especializadas dedicadas al
diálogo entre la cienciá y la religión, como Zygon y Perspectives on
Science and Christian Faith (Perspectivas sobre la ciencia y la religión
cristiana), es aún más significativo que revistas seculares como Nature y
el British Journal for the Philosophy of Science (revista dedicada a la
filosofía de la ciencia) también publiquen artículos acerca de las implicancias
recíprocas entre la ciencia y la teología. El diálogo entre éstas se ha vuelto
tan relevante en nuestros días que, tanto la Universidad de Cambridge como la
Universidad de Oxford, han establecido cátedras sobre ambas. Menciono todo esto
simplemente para contrarrestar un mito cultural, un mito arraigado en la
ignorancia y rechazado hoy por la mayoría de la academia: el mito de que la
ciencia y la religión cristiana son adversarios inherentes más que aliados en
la búsqueda de la verdad.
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Extracto
Libro: ¿Quién
creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi
Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William
Lane Craig
Páginas: 59-62
Capitulo: 3
Editorial:
Vida
Año:
2003
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