sábado, 10 de octubre de 2015

La Ciencia y El Cristianismo, ¿Aliados o Adversarios?


Por el año 1896, el presidente de la Universidad de Comell, Andrew Dickson White, publicó un libro con el título A History of the Warfare of Science with Theology in Christendom (Una historia de la lucha entre la ciencia y la teología en el cristianismo) Bajo la influencia de White, la metáfora de una lucha para describir la relación entre la ciencia y la religión cristiana se extendió durante la primera mitad del siglo veinte. La visión dominante en la cultura de nuestra sociedad, incluso entre cristianos, fue que la ciencia y el cristianismo no eran aliados en la búsqueda de la verdad sino adversarios. A modo de ilustración, hace unos años atrás acepté participar en un debate con un filósofo de la ciencia en la Universidad Simon Fraser de Vancouver. El asunto a debatir era: «¿Son la ciencia y el cristianismo recíprocamente incompatibles? Pero cuando llegué al campus, vi que los estudiantes cristianos que patrocinaban el debate lo estaban promocionando con grandes carteles y pancartas que decían: «La ciencia vs. el cristianismo». Los estudiantes cristianos estaban perpetuando la misma mentalidad de antagonismo que Andrew Dickson White había proclamado cien años antes.

LA CIENCIA Y EL CRISTIANISMO, ¿ALIADOS O ADVERSARIOS?

Lo que sucedió, sin embargo, durante la segunda mitad del siglo veinte, fue que los historiadores y filósofos de la ciencia se dieron cuenta que esta supuesta historia de antagonismos era un mito. Como Charles Thaxton y Nancy Pearcey señalan en su libro The Soul of Science (El alma de la ciencia), en los trescientos años que representan el desarrollo de la ciencia moderna, desde 1500 hasta fines de 1800, la relación entre la ciencia y la religión podría ser bien descrita como una alianza. El libro de White hoy se considera más bien como una broma de mal gusto, una propaganda tendenciosa y tergiversada. Hoy se la cita solo como ejemplo de cómo no se debe hacer historia de la ciencia.

Los historiadores de la ciencia, en la actualidad, reconocen el papel indispensable que desempeñó la fe cristiana en el crecimiento y el desarrollo de la ciencia moderna. La ciencia no es algo natural a la humanidad. Como lo recalca el escritor científico Loren Eiseley, la ciencia es «una institución cultural inventada» que requiere un «terreno propicio» a fin de fructificar. La ciencia moderna no surgió en oriente ni en África sino en la civilización occidental. ¿A qué se debió esto? A la singular contribución de la religión cristiana a la cultura occidental. Como afirma Eiseley: «Fue el mundo cristiano lo que finalmente dio a luz de modo claro y articulado el método experimental propio de la ciencia».

A diferencia de las religiones orientales y vulgares, el cristianismo no considera que el mundo sea divino ni esté habitado por espíritus, sino que es el producto natural de un Creador Trascendental que lo diseñó y lo hizo existir. Por ende, el mundo es un lugar racional abierto a la exploración y al descubrimiento. Hasta las últimas décadas del siglo diecinueve, los científicos eran típicamente creyentes cristianos que no veían ningún conflicto entre su ciencia y su fe, hombres como Kepler, Boyle, Maxwell, Faraday, Kelvin, y otros. La idea de una lucha entre la ciencia y la religión es una invención relativamente reciente de fines del siglo diecinueve, un mito cuidadosamente fomentado por pensadores seculares con el propósito de minar el dominio cultural del cristianismo y de reemplazarlo por el naturalismo, que postula que nada fuera de la naturaleza es real y que la única manera de descubrir la verdad es por medio de la ciencia. Fueron tremendamente exitosos en llevar a cabo sus planes.

Pero los filósofos de la ciencia, durante la segunda mitad del siglo veinte, llegaron a la conclusión que toda la empresa científica se basa en ciertas premisas que no pueden ser probadas científicamente, sino que están garantizadas por la visión del mundo cristiano: por ejemplo, las leyes de la lógica, la naturaleza ordenada del mundo exterior, la confiabilidad en nuestras facultades cognitivas para conocer el mundo, la validez del razonamiento inductivo y la objetividad de los valores morales usados por la ciencia. Desearía enfatizar que la ciencia ni siquiera podría existir sin estas premisas y que, sin embargo, éstas no pueden ser demostradas científicamente. Son premisas filosóficas que, y esto es lo más interesante, son parte integral de la cosmovisión cristiana. Por lo tanto, la teología es una aliada de la ciencia en cuanto le proporciona el marco conceptual para que la ciencia pueda existir. Aún más, la religión cristiana, históricamente, proveyó el marco conceptual en que la ciencia nació y se desarrolló.

Vivimos, por lo tanto, en una época de renovado interés en las relaciones entre la ciencia y la teología cristiana. En realidad, durante el último cuarto del siglo veinte, ha prosperado un fructífero diálogo entre la ciencia y la teología en Norteamérica y Europa. Han surgido numerosas sociedades para la promoción de este diálogo: la Sociedad Europea para el Estudio de la Ciencia y de la teología, el Foro para la Ciencia y la Religión, el Centro de teología y Ciencias Naturales (CTNS), así como otras instituciones. En particular, es significativo que han tenido lugar conferencias patrocinadas por el CTNS y el Observatorio del Vaticano, en la que prominentes científicos como Stephen Hawking y Paul Davies han explorado las implicancias de la ciencia para la teología con teólogos de la talla de John Polkinghome y Wolfhart Pannenberg. Además de haber publicaciones especializadas dedicadas al diálogo entre la cienciá y la religión, como Zygon y Perspectives on Science and Christian Faith (Perspectivas sobre la ciencia y la religión cristiana), es aún más significativo que revistas seculares como Nature y el British Journal for the Philosophy of Science (revista dedicada a la filosofía de la ciencia) también publiquen artículos acerca de las implicancias recíprocas entre la ciencia y la teología. El diálogo entre éstas se ha vuelto tan relevante en nuestros días que, tanto la Universidad de Cambridge como la Universidad de Oxford, han establecido cátedras sobre ambas. Menciono todo esto simplemente para contrarrestar un mito cultural, un mito arraigado en la ignorancia y rechazado hoy por la mayoría de la academia: el mito de que la ciencia y la religión cristiana son adversarios inherentes más que aliados en la búsqueda de la verdad.

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Extracto
Libro: ¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William Lane Craig
Páginas: 59-62
Capitulo: 3
Editorial: Vida
Año: 2003

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