Mi hija Ruth, esposa de un pastor, le
dijo a su hijo mayor, Samuel, que entonces tendría unos cuatro años:
«Pregúntale a tu abuelo». Después de un rato me enfrentaba con esta pregunta:
«Abuelo, ¿En qué lugar del cerebro está la mente?». La pregunta no ofrece
dificultad alguna a un estudiante de filosofía universitario o seminarista que
sabe en qué consiste una confusión de categorías, pero ¿Cómo explicárselo a un
niño de cuatro años?
Como cualquier padre o líder de iglesia
que haya ministrado a niños pequeños puede atestiguar, las cuestiones más
difíciles suelen ser las planteadas por los miembros más jóvenes de la
congregación. A menudo están relacionadas con Dios. Por ejemplo: «Papá, ¿Quién
creó a Dios?». Seguro que son muchos los padres que han escuchado esta pregunta
con anterioridad, aunque solo un puñado sabría responderla.
Debemos estar preparados para responder
(cf. 1 Pedro 3:15) a toda pregunta hecha con sinceridad (cf.
Colosenses 4:6). Las siguientes preguntas me las han
planteado en los últimos cincuenta años de ministerio. Haré lo mejor posible por
dar una respuesta que pueda ser entendida aun por los niños más jóvenes.
¿Quién creó a Dios?
Nadie. No fue creado. Siempre existió.
Solo las cosas que tienen un principio, como el mundo, necesitan que haya un creador
previo. Dios no tuvo principio y, por lo tanto, no necesitaba ser creado.
Para quienes son un poco mayores es
posible agregar algo más. Tradicionalmente, la mayoría de los ateos que niegan
la existencia de Dios creen que el universo no fue creado; simplemente
siempre estuvo «allí». Apelan a la primera ley de la Termodinámica para
respaldar su argumento: «La energía no se crea ni se destruye», insisten.
Correspondería realizar varias observaciones.
Primero, esta manera de expresar la
primera ley no es científica,
más bien es una aseveración filosófica. La ciencia se basa
en observaciones, y no hay ninguna observación empírica que
pruebe ese dogmático «nada se creó», implícito en dicha
afirmación. Para ser científica, debería expresarse de la siguiente
forma: «Según las observaciones, la cantidad de energía
presente en el universo permanece constante». Es decir,
nadie ha observado el aumento de nuevas existencias de
energía o la disminución de las actuales. Esta ley, debidamente
entendida, no se pronuncia acerca de la eternidad ni dice
nada acerca de que el universo tenga o no principio. Se entiende
de esta que la energía bien podría, como bien no, haber sido
creada. Se limita a afirmar que si la energía fue creada, lo
más que se puede decir es que la cantidad total ha permanecido
constante desde entonces.
Es más, supongamos que la energía, el
universo de energía que llamamos cosmos, no haya sido creado, como muchos ateos
han creído tradicionalmente, entonces no tendría sentido
preguntar quién creó el universo. Si la energía es eterna y nunca fue creada,
nadie la pudo haber creado. Siempre existió. Por lo tanto, si no tiene sentido
preguntar: «¿Quién creó el universo?», ya que siempre existió, tampoco tiene sentido
preguntar: «¿Quién creó a Dios?», por cuanto siempre
existió.
Si
el universo no es eterno es necesario que obedezca a una causa. Pero, por otra
parte, si no tiene principio, no necesita una causa que le dé origen. De igual
modo, si existe un Dios que no tiene principio, es absurdo preguntar: «¿Quién
creó a Dios?». Preguntar: «¿Quién creó lo no creado?» o «¿Quién hizo lo no
creado?» es una confusión de categorías. Sería lo mismo que preguntar: «¿Quién
es la esposa del soltero?».
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Extracto
Libro:
¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más
de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores
generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador:
Norman Geisler
Páginas:
23-25
Capitulo:
1
Editorial:
Vida
Año:
2003
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