La
pregunta acerca de la verdad de ésta, en cuanto a la complejidad biológica, es
más sutil de lo que la
mayoría de la gente cree. Parte del problema radica en la ambigüedad de la palabra
evolución, la que a veces se toma como significando nada más que
«cambios en el transcurso del tiempo», algo con lo que todos estarían de
acuerdo. Por lo tanto, debemos ir más allá de esta terminología y estudiar lo
que la teoría postula en realidad. Hay al menos dos principios fundamentales en
ésta: el primero, que tiene que ver con lo que podríamos llamar la doctrina de un
antepasado común; y el segundo, relacionado con los mecanismos de mutación
genética y de selección natural
Según
la doctrina del antepasado común, todas las formas de vida evolucionaron a partir
de un antepasado único. A su favor está el hecho de que casi todos los
organismos vivos tienen el mismo código genético o ADN. Podría decirse que Dios
simplemente usó el mismo plan básico de diseño para crear los diferentes tipos
de organismos que hizo. Pero más plausible sería pensar que la similitud
genética de todas los seres vivientes se debe a que están relacionadas entre
sí, y que todos tienen en un antepasado común.
Pero,
por otra parte, la evidencia fósil está en franca oposición con la doctrina; de
un antepasado común. Cuando Darwin propuso su teoría, una de las principales
debilidades que tenía era que no había ningún organismo a mitad de camino entre
diversos organismos, como formas de transición. Él respondió a esta objeción,
sin embargo, aduciendo que estos animales de transición existieron en el pasado
y que eventualmente serían descubiertos. Pero, a medida que los paleontólogos
desenterraban restos fósiles, no encontraron estas formas; han descubierto más
animales y plantas diferentes que se extinguieron. Es cierto que hay algunas
formas que posiblemente puedan ser de transición, como el Archaeopterix, un ave
con características de reptil. Pero si la teoría neodarwiniana fuera cierta, no
habría solo unos pocos eslabones perdidos; en realidad, como señala Michael Denton,
habría literalmente millones de formas de transición registradas por los
fósiles. El problema no puede ser descartado diciendo que no hemos excavado lo
suficientemente profundo. Las formas de transición no se han descubierto porque
no están allí. Por lo tanto, la evidencia con respecto a la doctrina de un antepasado
en común es confusa. La evidencia provista por el ADN tiende a apoyarla, pero
la evidencia fósil la contradice.
¿Y
qué de los mecanismos de mutación genética y selección natural que supuestamente
son el motor de la evolución? Según la teoría, el desarrollo evolutivo ocurre
porque hay mutaciones aleatorias que producen nuevos caracteres en los
organismos vivos, y aquellos con más ventajas para la supervivencia pueden sobrevivir
y reproducirse.
No conozco evidencia alguna de que estos mecanismos sean capaces de producir el
tipo de complejidad biológica que vemos hoy en el mundo a partir de un
organismo unicelular. En realidad, toda la evidencia es absolutamente contraria.
Por una parte, los procesos son simplemente muy lentos. En su libro, The
Anthropic Cosmological Principle [El principio cosmológico antrópico], Barrow
y Tipler enumeran diez pasos en el curso de la evolución humana (el desarrollo
de la respiración aerobia, el desarrollo de un esqueleto interior, el desarrollo
del ojo, por ejemplo), cada uno de los cuales sería tan improbable que antes de
que pudieran ocurrir, el Sol habría dejado de ser una estrella de primera magnitud
y; habría incinerado la tierra. Concluyen: «Entre los evolucionistas se ha extendido
el consenso general de que la evolución de vida inteligente es tan improbable
que sería casi imposible que hubiera ocurrido en cualquier otro planeta de todo
el universo visible». De ser esto cierto, ¿por qué pensar que la vida inteligente
evolucionó por casualidad en este planeta?
Un
segundo problema con la mutación genética y la selección natural es que son
incapaces de explicar el origen de la irreductibilidad de los sistemas
complejos. Ese el punto principal del libro de Michael Behe, Darwin's Black
Box [La caja negra de Darwin]. Behe, un microbiólogo de la Universidad de
Lehigh, puntualiza que ciertos sistemas celulares, como los mecanismos de
coagulación de la sangre o las estructuras filamentosas llamadas cilias, son
como máquinas microscópicas increíblemente complicadas que no podrían funcionar
a menos que todas sus partes estuvieran presentes y en buen estado. Por lo
tanto, no pudieron evolucionar parte por parte. Al analizar miles de artículos
científicos sobre estos sistemas, Behe descubrió que prácticamente nada había
sido escrito acerca de cómo dichos sistemas irreductiblemente complejos hubieran
podido evolucionar a partir de mutaciones aleatorias y selección natural. No
hay ningún entendimiento científico acerca de cómo dichos sistemas se originaron;
con respecto a éstos, el darwinismo no tiene ningún poder explicativo.
En
resumidas cuentas, dada la ausencia de un consenso metodológico respecto al naturalismo,
no parece haber evidencia de peso para la teoría neodarwiniana. Por el contrario,
parecería haber bastante evidencia que apunta a que el relato neodarwiniano no
es el fin de la historia.
Nuevamente,
la Biblia no nos dice cómo creó Dios los organismos biológicamente complejos ni
tampoco cómo creó la vida. (El relato de la creación del hombre y la mujer, de Génesis
2, es obviamente muy simbólico, dado que Dios, al no tener pulmones ni una
boca, no podría literalmente soplar aliento en la nariz de Adán.) Podría haber
creado ex-nihilo (de la nada), o podría haberse valido de etapas más primitivas
de organismos vivos como materia prima para la creación de formas superiores, mediante
cambios sistémicos que serían altamente improbables de acuerdo a cualquier
explicación naturalista. El cristiano puede seguir la evidencia hasta donde
esta lo lleve, pero lo que la evidencia sí parece indicar es que la existencia
de la complejidad biológica requiere una inteligencia diseñadora como la
descrita en la Biblia.
Conclusión
Lo
anterior es apenas una muestra somera del trabajo fascinante e interesante que
hoy se está desarrollando en el diálogo entre la ciencia y la religión. Correspondería
decir mucho, mucho más; por ejemplo, acerca de la teoría Cuántica y de la
teoría de la Relatividad, la Antropología y la Neurología. Hay preguntas
difíciles pendientes, pero el creyente evangélico contemporáneo no debería
temer a la ciencia como si fuera enemiga de la fe cristiana. En cambio, debería
aliarse con la ciencia para entender la verdad acerca del mundo que Dios creó y
para encontrar allí ricos recursos apologéticos a favor de la fe cristiana.
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Extracto
Libro: ¿Quién
creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi
Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William
Lane Craig
Páginas: 85-88
Capitulo: 3
Editorial:
Vida
Año:
2003