sábado, 24 de octubre de 2015

¿Cuál es la explicación del verdadero origen de la vida?


La «puesta a punto» del universo provee ciertos prerrequisitos para la existencia de vida en cualquier parte del cosmos, pero no garantiza que la vida en realidad surja en el universo. En otras palabras, si bien estas condiciones propicias eran necesarias para la vida, no eran suficientes para la vida. Por lo tanto, podemos preguntamos ¿Qué más se necesita? ¿Cómo explicar el verdadero origen de la vida?

A la mayoría posiblemente se nos enseñó en la escuela que la vida se originó en un «caldo primitivo» por reacciones químicas aleatorias. En la década de los cincuenta, Stanley Miller fue capaz de sintetizar aminoácidos al hacer pasar una corriente eléctrica por gas metano. Aunque los aminoácidos no son seres vivos, las proteínas están compuestas de aminoácidos, y las proteínas están presentes en todos los seres vivos, y entonces la esperanza era que, de alguna manera u otra, era posible explicar el origen de la vida.

A primera vista, dicho escenario para el origen de la vida parecería ser indefectiblemente improbable. Fred Hoyle y Chandra Wickramasinghe estimaron que la probabilidad para que entre diez y veinte aminoácidos requeridos se combinaran libremente (recordemos que en esta situación no hay selección natural y por lo tanto no se puede hablar de evolución química) para formar una enzima era una en casi 10 elevado a la 20. Dado el tamaño de los océanos de la tierra y los billones de años disponibles, pensaban que dicha improbabilidad no era insalvable. Pero señalaban que hay dos mil enzimas hechas de aminoácidos, todas las cuales tendrían que haber sido producto de la casualidad, y la probabilidad para que eso ocurriera sería de uno en 10 elevado a la potencia 4000,  una probabilidad tan «increíblemente pequeña» que sería impensable «ni siquiera aunque todo el universo consistiera de un caldo orgánico». Y esto no es más que el principio. Todavía queda pendiente la formación de cadenas de ADN a partir de proteínas y de la compleja maquinaria presente en las células. Estos asuntos son demasiado complicados para poder cuantificarlos.

Por lo tanto, el escenario de un caldo primigenio nunca tuvo muchas posibilidades. Lo que la mayoría de la gente común y corriente no se da cuenta, sin embargo, es que todos estos escenarios antiguos del «origen químico de la vida» han sido descartados y abandonados. Este punto ha sido maravillosamente documentado en el libro The Mystery of Life's Origin (El misterio del origen de la vida). Los autores puntualizan que, probablemente, nunca existió una cosa así llamada caldo primigenio, porque los procesos naturales de destrucción y dilución hubieran evitado las reacciones químicas que supuestamente hubieran originado la vida. Además, originalmente se pensó que se contaba con billones de años para que la vida pudiera originarse por casualidad. Sin embargo, hoy tenemos evidencia fósil de que la vida existía hace ya tres mil ochocientos millones de años. Esto significa que «la ventana de oportunidad» en que la vida debía originarse por casualidad estaría siendo progresivamente menor, quedando reducida a solo unos veinticinco millones de años, lo que es un margen de tiempo muy breve para estos escenarios de causalidad. Además, para los escenarios de origen químico de la vida es indispensable que la atmósfera terrestre, en sus orígenes, tuviera muy poco oxígeno; la evidencia, sin embargo, sugiere que la atmósfera originalmente era rica en oxígeno. Todavía más, no existía manera de preservar los productos de la evolución química para el supuesto segundo paso en el desarrollo. Los mismos procesos que los formaban servían para destruirlos. La Termodinámica también plantea un problema insuperable para dichos escenarios, porque no hay manera de controlar la energía bruta del ambiente, por ejemplo, la energía de los rayos o del Sol, para que puedan catalizar la evolución química.

Por estas razones, y más, todo el campo de los estudios del origen de la vida está en una encrucijada. Todas las viejas teorías no se sostienen en pie; no se avizora ninguna nueva teoría aceptable en el horizonte. El origen de la vida sobre la tierra parece ser algo inexplicable. Francis Crick ha reflexionado acerca de esto y ha dicho que «es casi como si fuera un milagro». Debido a estos problemas, algunos científicos están diciendo que, tal vez, la vida no se originó en la tierra, sino que fue originalmente transportada por meteoritos de algún otro planeta. Pero eso implica un salto de fe pura y lo único que hace es aplazar el problema. ¿Cómo se originó la vida en otro lugar? En vez de responder a la pregunta, hace que la pregunta carezca de respuesta.

A veces la gente dice que si el universo fuera infinito (o si hubiera muchos universos), entonces, a pesar de lo improbable que fuera la vida, se originaría en algún lugar por casualidad. En realidad, si el universo es infinito, la vida existiría por casualidad infinitamente muchas veces en todo el universo. Pero el problema con esta objeción es que multiplica los recursos probabilísticos sin justificación. Si pudiéramos hacer esto, podríamos explicar de la misma manera virtual cualquier hecho improbable, y con esto excluiríamos cualquier conducta racional. A pesar de lo improbable que algo pudiera ser, siempre podríamos encontrarle una explicación diciendo que en un universo infinito en algún lado podría suceder. ¿Pueden imaginarse el siguiente diálogo en una mesa de póquer en un salón de juegos en el oeste de Texas?

-Compadre ¡no estás jugando limpio! ¡Eres un tramposo! Cada vez que repartes ¡sacas cuatro ases!

-Pues mira, viejo, sé que puede parecerte sospechoso que cada vez que reparto me toquen cuatro ases, pero tienes que entender que en este universo infinito hay una cantidad infinita de partidas de póquer teniendo lugar como esta en otros lados. Así que es muy probable que en algunas de ellas, cada vez que reparto me toquen cuatro ases. Así que ¡cállate la boca de una vez y a ver si te dedicas a jugar a las cartas!

Ahora, si tú fueras el viejo, ¿serías tan tonto como para seguir jugando más partidas de póquer? Según este tipo de razonamiento, la paradoja es que nunca tendríamos prueba de que el universo es infinito, porque cualquier evidencia que así lo demuestre podría explicarse diciendo que es el resultado de la casualidad en un universo suficientemente grande (si bien todavía finito) para que la evidencia fuera solo resultado de la mera casualidad. Por lo tanto, la objeción, en última instancia, es insostenible y no puede afirmarse racionalmente.

Ahora bien, la Biblia no dice cómo se originó la vida. Solo dice: «Y dijo Dios: "¡Que haya vegetación sobre la tierra; que ésta produzca hierbas que den semilla, y árboles que den su fruto con semilla, todos según su especie!". Y así sucedió... y dijo Dios: "¡Que rebosen de seres vivientes las aguas, y que vuelen las aves sobre la tierra a lo largo del firmamento!"» (Génesis 1:11,20). La Biblia no es un libro científico y no nos dice qué medios, si es que se valió de algunos, usó Dios para crear la vida, pero la evidencia científica, sin duda, concuerda con que (para usar las palabras de Francis Crack), el origen de la vida fue un milagro; es decir, un hecho generado de manera sobrenatural por Dios. La Biblia y la ciencia, evidentemente, no entran en conflicto a este respecto; de hecho, en todo caso, la evidencia científica es más clara que la Biblia en el sentido de que el origen de la vida se debió a un acto milagroso de Dios el Creador.

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Extracto
Libro: ¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William Lane Craig
Páginas: 78-81
Capitulo: 3
Editorial: Vida

Año: 2003

jueves, 15 de octubre de 2015

¿Qué significa la hipótesis de muchos mundos?


Los teóricos que defienden la alternativa de la casualidad se han visto, por lo tanto, obligados a adoptar una hipótesis extraordinaria: la de «muchos mundos». De acuerdo con esta, nuestro universo sería solo un elemento más de una colección mayor de universos, todos reales, y universos existentes y no solo posibles. Para asegurar que en el concierto de mundos apareciera, por casualidad, un universo con condiciones propicias para la vida, se estipula que hay una cantidad infinita de universos en el conjunto (para que se realicen todas las posibilidades) y que las constantes y cantidades físicas se ordenan de manera aleatoria (para que los mundos no sean todos iguales). Por ende, en alguna parte de este concierto de mundos aparecerán solo, por casualidad, universos armónicamente ajustados como el nuestro. No debería sorprendernos observar condiciones precisamente-balanceadas, ya que observadores como nosotros solo existen en aquellos universos que están bien «puestos a punto».

El hecho de que científicos serios, deban sentirse forzados a recurrir a dicha hipótesis metafísica extraordinaria es una medida del grado a que estos clamores de «puesta a punto» exigen justificación. Paul Davies no hace mucho declaró que el caso a favor del diseño se mantiene en pie o cae conforme al éxito de la hipótesis de muchos mundos.

¿Qué se puede decir, entonces, de esta hipótesis? En primer lugar, debemos darnos cuenta que no es más científica ni menos metafísica que la hipótesis de un «diseñador cósmico». Como dice el teólogo y científico John Polkinghorne: «La gente procura pergeñar un relato de "muchos universos" en términos seudocientíficos, pero eso es seudociencia. Pensar que pudiera haber muchos universos con diferentes leyes y circunstancias no es otra cosa que una conjetura metafísica». Pero como hipótesis metafísica, la de muchos mundos es argumentativamente inferior a la del diseño, porque ésta es más simple. Según un principio conocido como la navaja de Ockham, no se deberían multiplicar las causas más allá de lo necesario para explicar los efectos. Y es más simple postular un diseñador cósmico para explicar nuestro universo que la de una colección infinitamente recargada e inventada de universos, como requiere la hipótesis de muchos mundos. Por lo tanto, es preferible la hipótesis del diseño.

En segundo lugar, no hay manera conocida de generar un concierto de mundos. Nadie ha sido capaz de explicar cómo o por qué dicha colección diversa de universos pudiera y debiera existir. Además, los intentos que se han hecho requieren también estar ajustados. Por ejemplo, aunque algunos expertos en cosmografía apelan a las llamadas teorías inflacionarias del universo para generar un concierto de mundos, el único modelo inflacionario consistente es la teoría Inflacionaria del Caos de Linde, la cual requiere una puesta a punto inicial para comenzar el proceso de inflación.

En tercer lugar, la hipótesis de muchos mundos enfrenta un grave cuestionamiento desde la teoría «de la Evolución Biológica», que es uno de los puntos de la cosmovisión científica.  Antes de continuar, un poco de antecedentes: durante el siglo diecinueve, el físico alemán Ludwig Boltzmann, propuso un tipo de hipótesis de muchos mundos para explicar por qué no encontramos el universo en un estado de «muerte por calor» o equilibrio termodinámico en el que la energía estuviera distribuida en forma uniforme por todo el universo. Boltzmann planteó la hipótesis de que el universo, en su conjunto, está, de hecho, en un estado de equilibrio, pero que con el transcurso del tiempo las fluctuaciones en el nivel de energía ocurren aquí y allá en todo el universo de manera que solo por casualidad habrá regiones aisladas en las cuales exista el desequilibrio. Boltzmann se refiere a estas regiones aisladas como «mundos».

No deberíamos sorprendemos al observar que nuestro mundo está en un estado de desequilibrio muy improbable dado que en el concierto de todos los mundos la probabilidad exige que algunos mundos estén en desequilibrio… y el nuestro es uno de esos mundos.

El problema de esta osada hipótesis de muchos mundos es que si el nuestro no es más que una fluctuación en un mar de energía difusa, sería muchísimo más probable que tuviéramos que observar una región de desequilibrio mucho menor que la presente. Para que existiéramos, una fluctuación menor, aunque solo fuera una que produjo nuestro mundo en un instante por un enorme accidente, sería muchísimo más probable que una progresiva disminución de la entropía para dar forma al mundo tal como lo conocemos. En realidad, esta hipótesis, de adoptarse, nos obligaría a considerar que el pasado es ilusorio, que todas las cosas solo tienen una mera apariencia de antigüedad, y que las estrellas y los planetas son igual de Ilusorios. Y dicho tipo de mundo, en que las estrellas no son más que «imágenes», en cierto modo sería mucho más probable, dado el estado de equilibrio generalizado, que un mundo con hechos temporalmente genuinos y espacialmente distantes. Por lo tanto, esta hipótesis de muchos mundos ha sido rechazada por toda la comunidad científica, y el desequilibrio actual suele considerarse nada más que como el resultado de una condición de baja entropía inicial misteriosamente existente al principio del universo.

Ahora bien, la hipótesis de muchos mundos conlleva un problema paralelo igual a la explicación de un universo bien ajustado. Según la teoría Hegemónica de la Evolución Biológica, la vida inteligente como la nuestra, si ha de evolucionar, lo hará hacia el fin de la vida del sol tanto como sea posible. Cuanto menor sea el tiempo disponible para el funcionamiento de los mecanismos de mutación genética y de selección natural, menor será la probabilidad de evolución de vida inteligente. Dada la complejidad del organismo humano es muchísimo más probable que nosotros evolucionemos más tardía que tempranamente en la vida del sol. Por lo tanto, si nuestro universo no es más que uno en un concierto de mundos, sería abrumadoramente más probable que estuviéramos observando un sol muy viejo más que uno relativamente joven de solo unos pocos billones de años. Si somos producto de la evolución biológica, deberíamos hallarnos en un mundo en que evolucionamos tardíamente en la vida de nuestra estrella. En realidad, adoptar la hipótesis de muchos mundos, para evitar explicar la «puesta a punto» del universo, también resulta en una forma extraña de ilusionismo. Sería mucho más probable que todas nuestras estimaciones astronómicas, geológicas y biológicas de edades relativamente jóvenes estuvieran erradas, que en realidad existimos tardíamente en la vida del sol y que la apariencia de juventud del mismo y la tierra no es más que una enorme ilusión, lo que es científicamente un disparate. Por lo tanto, o no somos productos de la casualidad de la evolución biológica (en cuyo caso el diseño debe ser cierto) o no somos productos de la casualidad en un concierto de mundos (en cuyo caso el diseño debe ser cierto). Sea cual fuere el caso, la lógica nos conduce a un diseñador.

Con el fracaso de la hipótesis de muchos mundos, el último obstáculo a la inferencia del diseño en la «puesta a punto» del universo termina por resquebrajarse. Dada la incomprensible improbabilidad especificada de que las condiciones iniciales del universo fueran ya propicias para la vida es plausible creer, como dice la Biblia, que este mundo fue providencialmente ordenado por Dios para sostener la vida.

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Extracto
Libro: ¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William Lane Craig
Páginas: 74-77
Capitulo: 3
Editorial: Vida

Año: 2003

miércoles, 14 de octubre de 2015

¿Qué significa la puesta a punto del Universo?


El hecho de que el universo exista no es garantía de que tenga condiciones propicias para la vida. Los científicos solían pensar que cualquiera que fueran las condiciones iniciales del universo, eventualmente evolucionaría a las complejas formas de vida que conocemos hoy, como postula el punto cinco con respecto a la concepción científica del mundo (pág. 53). Uno de los últimos descubrimientos, con respecto al origen y la evolución de la vida, sin embargo, ha sido el de lo increíblemente coordinado que nuestro universo debió estar desde el mismo momento de la gran explosión para que la vida pudiera originarse en el cosmos. Durante los últimos casi treinta años, los científicos han quedado atónitos por el descubrimiento de lo complejo y sensible que debió ser el equilibrio de las condiciones iniciales en ocasión de la gran explosión para que el universo permitiera el origen y la evolución de la vida. En los diversos campos de la Física y la Astrofísica, la Cosmografía clásica, la Mecánica Cuántica y la Bioquímica, los descubrimientos han develado reiteradas veces que la existencia de la vida depende de un equilibrio delicado de constantes y cantidades físicas. De producirse la más mínima alteración de éstas, el equilibrio se destruiría y la vida no existiría. En realidad, en muchos casos, ni siquiera las estrellas y los planetas ni la química ni la materia atómica propiamente dicha podrían existir, mucho menos la vida biológica. En realidad, el universo parece haber sido «puesto a punto» desde el momento incipiente para permitir la existencia de vida inteligente.

Por ejemplo, cambios en la fuerza de gravedad o la fuerza electromagnética en el orden de uno en 10 elevado a 40 hubiera hecho imposible la existencia de estrellas como nuestro Sol, y, por lo tanto, la vida tampoco hubiera sido posible. Una disminución o aumento en la velocidad de la expansión de solo una fracción en un millón de millones, cuando la temperatura del universo era 10 elevado a 10 grados hubiera resultado en el colapso del mismo en un magma de fuego o hubiera hecho imposible que las galaxias se condensaran, haciendo imposible la vida en ambos casos. Es necesario que lo que se conoce como la constante cosmológica, crucial para el desarrollo de nuestro universo, haya sido inexplicablemente «puesta a punto» en no más ni menos que una fracción de 10 elevado a 53 para que fuera posible la existencia de un universo con condiciones para la vida. Esta es solo una de las muchas constantes y cantidades que deben estar presentes para que haya condiciones aptas para la vida en el universo.

No es cuestión de que cada cantidad esté en su justa medida, sino que también deben estar «puestas a punto» las cantidades relativas entre estas. Por ende, la situación no se asemeja a una ruleta en los casinos de Montecarlo que debe arrojar un conjunto de ciertos números; sino que se parece más a la ruleta de Montecarlo arrojando un conjunto de ciertos números, y que esos números tengan determinada relación entre sí. Por ejemplo, que el número arrojado por una ruleta sea siete veces más grande que el número arrojado por otra ruleta y que un tercio del número en otra ruleta. La existencia de un universo con condiciones aptas para la vida es abrumadoramente improbable.

¿Cómo deberíamos entender la noción de probabilidad presente en un universo con condiciones aptas para la vida? John Barrow, físico británico, nos sugiere algunas ideas. Nos invita a trazar un punto rojo en una hoja de papel para que represente nuestro universo. Ahora bien, una variación mínima en algunas de las condiciones iniciales nos permite representar un universo diferente. Si hay condiciones para la vida, trazamos otro punto rojo, si no hay condiciones para la vida, trazamos un punto azul. Repitamos esto una y otra vez hasta que la hoja de papel esté completamente cubierta de puntos. ¿Con qué terminamos? Terminamos con un mar azul y unos pocos puntitos rojos. Es en este sentido que puede decirse con propiedad que la existencia de un universo con condiciones para la vida sería increíblemente improbable.

Algunas personas dirán: «Sí, nuestro universo es improbable. Pero cualquier otro universo sería igualmente improbable. Sería como ganar la lotería. La posibilidad de que cualquier per, sana gane la lotería es muy improbable, pero alguien tiene que ganar». Esta objeción sirve para destacar que no es solo cuestión de probabilidades, sino de probabilidad específica lo que está en juego. No es solo la probabilidad de la existencia de un universo u otro, sino la probabilidad de la existencia de un universo con condiciones aptas para la vida. Por lo tanto, la analogía correcta sería una lotería en la que un billón de billones de billones de bolitas negras se revuelve con una bolita blanca y luego se nos invitara a tomar una bolita con los ojos cubiertos. Si bien todas las bolitas tienen la misma probabilidad de salir, será muchísimo más probable que la bolita que saquemos sea negra y no blanca. Para completar esta analogía, supongamos que nuestra vida dependiera de sacar una bolita blanca: ¡Si no sacas una bolita blanca, estás muerto! Si metiéramos la mano, con los ojos cubiertos, entre todos esos millones y millones de bolitas negras, y de pronto descubriéramos que habíamos sacado la única blanca que había, con todo derecho sospecharíamos que alguien había hecho trampa. Si todavía eres escéptico, suponte que para evitar la ejecución debieras sacar una bolita blanca tres veces seguidas. Las probabilidades no serían significativamente diferentes, pero nadie, en su sano juicio, pensaría que si saca una tras otra bolita blanca hubiera sido solo por casualidad.

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Extracto
Libro: ¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William Lane Craig
Páginas: 71-73
Capitulo: 3
Editorial: Vida

Año: 2003

martes, 13 de octubre de 2015

¿Cuál es el origen del Universo?


El punto diez, con respecto al contorno de la visión científica del mundo, plantea la cuestión de los orígenes del cosmos. Es la pregunta crucial de la creación: ¿Cuál es el origen del universo? ¿Por qué existe? La Biblia comienza con las palabras: «Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra». Nos enseña así que el universo tuvo un principio. La Biblia no dice que este principio haya sido reciente. Eso es una inferencia equivocada basada en la suma de las edades de diversas figuras del Antiguo "Testamento. Pero las genealogías del Antiguo Testamento no pretenden registrar todas las generaciones y, en todo caso, dicho recuento solo nos llevaría a la creación de la vida sobre la Tierra (cf. Génesis 1:2) y no al origen mismo del universo (cf. Génesis 1: 1). Desde la antigüedad hasta el siglo veinte, la doctrina bíblica de que el universo tiene un origen ha sido repudiada tanto por la filosofía griega como por el ateísmo moderno. A pesar de esto, la Iglesia se ha mantenido firme en su afirmación de la creación temporal del universo a partir de la nada.

Luego, en 1929, sucedió algo alarmante. Un científico, llamado Edwin Hubble, descubrió que la luz de las galaxias más alejadas parecían más rojas de que lo que era de esperar. La conclusión insólita a la que Hubble arribó fue que la luz es más roja porque el universo se está separando, está en expansión. Esto afecta, por lo tanto, la luz de las galaxias, ya que cada vez se alejan más de nosotros.

Pero esta es la parte interesante: Hubble no solo demostró que el universo se está expandiendo sino que se está expandiendo igual en todas las direcciones. Para hacemos una idea de esto, imaginemos un globo con botones pegados a su superficie. Al inflarlo, los botones se alejan entre sí cada vez más, aunque están bien adheridos en un lugar. Estos botones se asemejan a las galaxias en el espacio. Como el espacio se está expandiendo, todas las galaxias están cada vez más alejadas entre sí.

Increíblemente, esto implica que si nos retraemos en el tiempo, todo debió estar antes más y más próximo entre sí. Al final, en algún momento del pasado finito, todo el universo conocido estaba concentrado en un punto matemático, que los científicos llaman la «singularidad», a partir de la cual el universo ha estado expandiéndose desde entonces.

Cuanto más nos retraemos en el tiempo, más denso se toma el universo, hasta que, al final, se llega a un punto de densidad infinita a partir del cual comenzó a expandirse. Este suceso inicial se conoce como el «big bang», o la gran explosión.

El suceso que marca el principio del universo llega a ser más increíble cuando se tiene en cuenta que no existía nada antes de este. No existía nada antes de la singularidad, porque está en los límites del espacio físico y del tiempo. Representa, por lo tanto, el origen, no solo de la materia y de la energía, sino también del espacio físico y del tiempo mismo. Los físicos John Barrow y Frank Tipler observan: «En esta singularidad comienza la existencia del espacio y del tiempo; literalmente no existía nada antes de la singularidad, por lo que, si el universo se originó allí, verdaderamente tendríamos una creación de la nada».

Se trata de una conclusión profundamente inquietante para cualquiera que la reflexione, porque hay una pregunta que no se puede suprimir: ¿Por qué existe el universo en vez de la nada? No puede haber ninguna causa natural y física para la gran explosión dado que, en palabras del filósofo Quentin Smith: «Pertenece analíticamente al concepto de la singularidad cosmológica que no es el efecto de hechos físicos anteriores. La definición de singularidad conlleva que es imposible extender el marco espaciotemporal más allá de la singularidad lo que obliga a descartar la idea de que la singularidad es un efecto de algún proceso natural anterior». Sir Arthur Eddington, al considerar el inicio del universo, opinaba que la expansión del mismo era un concepto tan prepotente e increíble que «Me siento indignado de que alguien pueda creer en él, excepto yo mismo». Al final, se vio obligado a concluir: «El principio parece presentar dificultades insalvables a menos que acordemos considerarlo como un evento francamente sobrenatural».

Algunas personas se sintieron comprensiblemente perturbadas por la idea de que el universo, aparentemente, hubiera sido creado de la nada. Intentaron, por lo tanto, descubrir el modo de eludir la singularidad inicial y recuperar la idea de un universo eterno, pero todo fue en vano. La historia de la cosmología del siglo veinte ha sido la historia de reiteradas refutaciones de dichas teorías no estándares y la corroboración de la teoría de la Gran Explosión. El veredicto, abrumadoramente mayoritario, de la comunidad científica ha sido que ninguna de estas teorías alternativas son superiores a la teoría de la Gran Explosión. Una y otra vez, los modelos que pretenden evitar las implicaciones del modelo estándar de un principio absoluto del universo han tenido que ser rechazados por insostenibles o por no poder probar la ausencia de un principio. Por ejemplo, en algunas de dichas teorías, como en la de un universo oscilatorio (que se expande y contrae indefinidamente) o la de un universo caóticamente inflacionario (que genera continuamente nuevos universos), si bien los hipotéticos universos tienen un futuro potencialmente infinito, tienen en cambio un pasado finito. Las teorías de un universo fluctuando en el vacío (que postulan un vacío eterno que dio origen a nuestro universo) no pueden explicar por qué, si el vacío era eterno, no podemos observar un universo infinitamente viejo. Si bien estas teorías circulan de vez en cuando en la prensa popular, dichos modelos han sido abandonados por casi todos los teóricos de hoy.

Uno de los intentos recientes más celebrados para evitar la singularidad inicial ha sido postulado por la teoría de Gravedad Cuántica de Stephen Hawking, que en su momento recibió mucha atenci6n en la prensa popular, gracias a su éxito de ventas A Brief History of Time (Una breve historia del tiempo). Según su teoría, el pasado es finito pero no tienen ningún principio o límite. Hawking no teme sacar conclusiones teológicas de su modelo. Escribe: «El universo no tendría ni principio ni fin y no sería ni creado ni destruido. Simplemente, sería. ¿Qué lugar queda entonces para un Creador?»

Por desgracia, para los detractores de la creación, el modelo de Hawking no puede ser una descripción realista del universo. Para mencionar solo un aspecto: él presupone que el universo existe en un tiempo imaginario en vez de en un tiempo real. Esto significa que, en sus ecuaciones, Hawking usa números imaginarios para las coordenadas de tiempo, números como la raíz cuadrada de -1. El problema es que dichos números no son más que algoritmos matemáticos o funciones sin significado físico. Ya, en 1920, Eddington exploró lo que llamó el «truco» de usar números imaginarios para definir las coordenadas del tiempo, pero concluyó que «no era muy productivo» para especular acerca de las implicancias que podía tener porque, según él, «no se trata más que de instrumentos analíticos». El tiempo imaginario, dijo, era meramente un instrumento ilustrativo que «no correspondía a ninguna realidad física».

Asombrosamente, en un libro más reciente, The Nature of Space and Time (La naturaleza del espacio y el tiempo) (1996), Hawking reconoce precisamente esto. Dice: «Una teoría física no es más que un modelo matemático y no tiene sentido preguntarse si corresponde a la realidad. Lo que importa es que la teoría pueda predecir los resultados de las mediciones». Ahora bien, si lo único que hace la teoría de Hawking es esto, es obvio que no elimina un verdadero principio para el universo ni la necesidad de un Creador. Se trata simplemente de usar términos matemáticos para re-describir el universo con un principio singular de manera tal que la singularidad no figure en la re-descripción. En cualquier caso, la teoría de Hawking, de interpretarse de manera realista, todavía implica un origen absoluto del universo, aunque no se haya originado en una singularidad, como postula la teoría de la Gran Explosión. Su modelo no tiene un punto de principio sino que tiene solo un pasado finito y, por lo tanto, un origen absoluto. El mismo Hawking se encarga de resumir la situación: «Casi todos hoy creen que el universo, y el tiempo mismo, tuvo su principio con la Gran Explosión».

Dadas las obvias implicancias teológicas planteadas por un origen del universo a partir de la nada es factible esperar que se continúen proponiendo teorías alternativas al modelo de la Gran Explosión, en un intento de restaurar un universo eterno. Paul Steinhardt, de la Universidad de Princeton, recientemente fue objeto de gran cobertura en la prensa popular por su nuevo modelo cíclico o ekpirótico del universo. Estas propuestas alternativas deberían ser recibidas con beneplácito y cotejadas con la evidencia, porque el patrón continuado de fracasos de dichos modelos alternativos no hace más que corroborar la predicción de un principio absoluto según el modelo estándar de la Gran Explosión, aumentando la credibilidad de esta teoría. A pesar de la predisposición contraria de muchas personas, la evidencia acumulada apoya consistentemente la visión de un universo creado de la nada. ]. M. Wersinger, profesor de física de la Universidad de Auburn, hace las siguientes observaciones:

- Al principio, la comunidad científica era reacia a aceptar la idea del nacimiento del universo.

- El modelo de la gran explosión no solo parecía dar la razón a la idea judeo-cristiana de un principio para el mundo, sino que también parecía requerir la intervención de una creación
sobrenatural.

- Se requirió tiempo, observaciones y cuidadosas verificaciones de las predicciones del modelo de la gran explosión, antes de que la comunidad científica se convenciera y aceptara la idea de una génesis cósmica.

- La gran explosión es un modelo muy productivo que, por su fuerza, se impuso a una comunidad científica reacia.

- Contra toda expectativa, la ciencia corroboró la predicción de la Biblia del principio del universo.

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Extracto
Libro: ¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William Lane Craig
Páginas: 65-71
Capitulo: 3
Editorial: Vida

Año: 2003

lunes, 12 de octubre de 2015

¿Cuál debería ser la relación entre la Ciencia y la Teología?



Las respuestas a esta pregunta tan discutida pueden dividirse básicamente en dos grandes campos: quienes insisten en que no hay conflicto posible entre la ciencia y la teología y aquellos que consideran que dicho conflicto es posible. Los cristianos deberían ser cautelosos antes de aceptar la respuesta fácil del primer campo. Es muy tentador para los creyentes religiosos tratar de evitar todo el problema y afirmar que la religión y la ciencia nunca pueden entrar en conflicto, no hay nada de qué preocuparse. Pero esta respuesta puede ser considerada inaceptable una vez que la examinamos con más detenimiento, porque cualquiera que opte por esta primera respuesta, debe sostener una teoría de la doble verdad, según la cual algo puede ser científicamente falso pero teológicamente verdadero; o que son complementarias, que la ciencia y la teología son dos campos que no se superponen (la ciencia se refiere a los hechos y la teología nos da el marco de los valores y el sentido). Sin embargo, la teoría de la doble verdad es incoherente, dado que hay una verdad objetiva acerca de la realidad. (Afirmar: «No hay verdad objetiva» sería en sí una verdad objetiva y, por lo tanto, ¡estaría refutando lo que pretende afirmar!). Pero si hay una verdad objetiva acerca de cómo es el mundo, no es lógico afirmar, por ejemplo, que mientras, desde el punto de vista científico, es verdadero que el universo es eterno y no fue creado, no obstante, desde el punto de vista teológico, es verdad que tuvo un principio y que fue creado.

Con respecto a que se traten de dos disciplinas complementarias, la aproximación popular demasiado a menudo no es más que una excusa velada para desestimar los postulados de verdad de la religión, como es evidente en el comentario cándido de Freeman Dyson: «A fin de cuentas, la ciencia trata acerca de cosas y la teología trata acerca de palabras» La idea de que sean dos campos complementarios también es inaceptable, porque la fe cristiana hace afirmaciones históricas, y la historia tiene, desde un punto de vista epistemológico, la misma jerarquía que la ciencia, como es evidente especialmente en las ciencias históricas como la paleontología y la cosmología. Por lo tanto, no se puede evitar la posibilidad de verdades conflictivas entre la ciencia y la religión. Debemos reconocer el riesgo que esto implica para la fe cristiana: la verdad del cristianismo estaría en peligro. Sin embargo, ahí radica también su grandeza, porque el mundo que ambos campos tienen en común y que hace posible el conflicto también ofrece la posibilidad de verificar las verdades preconizadas por la teología cristiana.


¿Cómo describe la ciencia moderna al mundo?

C.P. Snow se lamentaba en su famoso ensayo: «The Two Cultures» [Las dos culturas], que a pesar de que la mayoría de las personas viven en una era científica y disfrutan diariamente los beneficios de la misma, no tienen idea de lo que ésta enseña acerca del mundo. Aunque la mayoría hemos cursado materias de ciencia en la escuela y la secundaria, pocos podríamos describir ni siquiera a grandes rasgos la imagen del mundo representada por la ciencia moderna. Sin embargo, si no se entiende cómo concibe el mundo, resulta imposible poder relacionar nuestra teología con la ciencia y arribar a una cosmovisión unificada. Por lo tanto, con la ayuda de Victor Weisskopf, quisiera esbozar un perfil de la visión que la ciencia moderna tiene del mundo conforme a su desarrollo histórico:

1. Unificación de la mecánica celestial y terrenal: las mismas leyes de la naturaleza rigen en todo el universo.

2. La existencia de especies atómicas: toda la materia es el resultado de la combinación de unos cientos de átomos elementales diferentes.

3. El calor es movimiento aleatorio: el calor se debe al movimiento de las partículas de la materia y no es en sí una sustancia.

4. La unificación de la electricidad, el magnetismo y la óptica: son todas manifestaciones del mismo campo electromagnético.

5. La evolución de los seres vivos: la vida y la complejidad biológica surgió como se describe en la síntesis Neodarwiniana.

6. La teoría de la Relatividad: el espacio y el tiempo están unificados en las cuatro dimensiones espacio y tiempo, cuya curvatura corresponde a campos gravitacionales.

7. La teoría Cuántica: a un nivel sub-atómico las nociones de posición y de momento tienen límites debidos a la indeterminación causal.

8. La Biología Molecular: el descubrimiento de la macromolécula de ADN reveló que el código genético es responsable del desarrollo de los seres vivos.

9. La «Escala» Cuántica: los sistemas materiales están ordenados jerárquicamente de manera que, cuanto menor sea el sistema, mayor será la energía condensada allí, develando así el secreto de la energía nuclear.

10. Un universo en expansión: el universo tiene una evolución histórica que comenzó con una gran explosión.

Muchas de estas cuestiones dan lugar a importantes cuestiones de orden apologético. Los cristianos alertas, especialmente los líderes, necesitan contar con una comprensión general de estas cuestiones y estar preparados para ofrecer su perspectiva al respecto y sugerir recursos apropiados a quienes deseen respuestas más profundas. Lamentablemente, las cuestiones que deben discutirse son tantas y la amplitud de los temas es tan vasta que el espacio del que disponemos no permitirá más que un tratamiento superficial de los mismos. Por lo tanto, he decidido considerar brevemente solo cuatro áreas que se han caracterizado últimamente por una interacción significativa entre la teología cristiana y la ciencia.

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Extracto
Libro: ¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William Lane Craig
Páginas: 62-65
Capitulo: 3
Editorial: Vida

Año: 2003

sábado, 10 de octubre de 2015

La Ciencia y El Cristianismo, ¿Aliados o Adversarios?


Por el año 1896, el presidente de la Universidad de Comell, Andrew Dickson White, publicó un libro con el título A History of the Warfare of Science with Theology in Christendom (Una historia de la lucha entre la ciencia y la teología en el cristianismo) Bajo la influencia de White, la metáfora de una lucha para describir la relación entre la ciencia y la religión cristiana se extendió durante la primera mitad del siglo veinte. La visión dominante en la cultura de nuestra sociedad, incluso entre cristianos, fue que la ciencia y el cristianismo no eran aliados en la búsqueda de la verdad sino adversarios. A modo de ilustración, hace unos años atrás acepté participar en un debate con un filósofo de la ciencia en la Universidad Simon Fraser de Vancouver. El asunto a debatir era: «¿Son la ciencia y el cristianismo recíprocamente incompatibles? Pero cuando llegué al campus, vi que los estudiantes cristianos que patrocinaban el debate lo estaban promocionando con grandes carteles y pancartas que decían: «La ciencia vs. el cristianismo». Los estudiantes cristianos estaban perpetuando la misma mentalidad de antagonismo que Andrew Dickson White había proclamado cien años antes.

LA CIENCIA Y EL CRISTIANISMO, ¿ALIADOS O ADVERSARIOS?

Lo que sucedió, sin embargo, durante la segunda mitad del siglo veinte, fue que los historiadores y filósofos de la ciencia se dieron cuenta que esta supuesta historia de antagonismos era un mito. Como Charles Thaxton y Nancy Pearcey señalan en su libro The Soul of Science (El alma de la ciencia), en los trescientos años que representan el desarrollo de la ciencia moderna, desde 1500 hasta fines de 1800, la relación entre la ciencia y la religión podría ser bien descrita como una alianza. El libro de White hoy se considera más bien como una broma de mal gusto, una propaganda tendenciosa y tergiversada. Hoy se la cita solo como ejemplo de cómo no se debe hacer historia de la ciencia.

Los historiadores de la ciencia, en la actualidad, reconocen el papel indispensable que desempeñó la fe cristiana en el crecimiento y el desarrollo de la ciencia moderna. La ciencia no es algo natural a la humanidad. Como lo recalca el escritor científico Loren Eiseley, la ciencia es «una institución cultural inventada» que requiere un «terreno propicio» a fin de fructificar. La ciencia moderna no surgió en oriente ni en África sino en la civilización occidental. ¿A qué se debió esto? A la singular contribución de la religión cristiana a la cultura occidental. Como afirma Eiseley: «Fue el mundo cristiano lo que finalmente dio a luz de modo claro y articulado el método experimental propio de la ciencia».

A diferencia de las religiones orientales y vulgares, el cristianismo no considera que el mundo sea divino ni esté habitado por espíritus, sino que es el producto natural de un Creador Trascendental que lo diseñó y lo hizo existir. Por ende, el mundo es un lugar racional abierto a la exploración y al descubrimiento. Hasta las últimas décadas del siglo diecinueve, los científicos eran típicamente creyentes cristianos que no veían ningún conflicto entre su ciencia y su fe, hombres como Kepler, Boyle, Maxwell, Faraday, Kelvin, y otros. La idea de una lucha entre la ciencia y la religión es una invención relativamente reciente de fines del siglo diecinueve, un mito cuidadosamente fomentado por pensadores seculares con el propósito de minar el dominio cultural del cristianismo y de reemplazarlo por el naturalismo, que postula que nada fuera de la naturaleza es real y que la única manera de descubrir la verdad es por medio de la ciencia. Fueron tremendamente exitosos en llevar a cabo sus planes.

Pero los filósofos de la ciencia, durante la segunda mitad del siglo veinte, llegaron a la conclusión que toda la empresa científica se basa en ciertas premisas que no pueden ser probadas científicamente, sino que están garantizadas por la visión del mundo cristiano: por ejemplo, las leyes de la lógica, la naturaleza ordenada del mundo exterior, la confiabilidad en nuestras facultades cognitivas para conocer el mundo, la validez del razonamiento inductivo y la objetividad de los valores morales usados por la ciencia. Desearía enfatizar que la ciencia ni siquiera podría existir sin estas premisas y que, sin embargo, éstas no pueden ser demostradas científicamente. Son premisas filosóficas que, y esto es lo más interesante, son parte integral de la cosmovisión cristiana. Por lo tanto, la teología es una aliada de la ciencia en cuanto le proporciona el marco conceptual para que la ciencia pueda existir. Aún más, la religión cristiana, históricamente, proveyó el marco conceptual en que la ciencia nació y se desarrolló.

Vivimos, por lo tanto, en una época de renovado interés en las relaciones entre la ciencia y la teología cristiana. En realidad, durante el último cuarto del siglo veinte, ha prosperado un fructífero diálogo entre la ciencia y la teología en Norteamérica y Europa. Han surgido numerosas sociedades para la promoción de este diálogo: la Sociedad Europea para el Estudio de la Ciencia y de la teología, el Foro para la Ciencia y la Religión, el Centro de teología y Ciencias Naturales (CTNS), así como otras instituciones. En particular, es significativo que han tenido lugar conferencias patrocinadas por el CTNS y el Observatorio del Vaticano, en la que prominentes científicos como Stephen Hawking y Paul Davies han explorado las implicancias de la ciencia para la teología con teólogos de la talla de John Polkinghome y Wolfhart Pannenberg. Además de haber publicaciones especializadas dedicadas al diálogo entre la cienciá y la religión, como Zygon y Perspectives on Science and Christian Faith (Perspectivas sobre la ciencia y la religión cristiana), es aún más significativo que revistas seculares como Nature y el British Journal for the Philosophy of Science (revista dedicada a la filosofía de la ciencia) también publiquen artículos acerca de las implicancias recíprocas entre la ciencia y la teología. El diálogo entre éstas se ha vuelto tan relevante en nuestros días que, tanto la Universidad de Cambridge como la Universidad de Oxford, han establecido cátedras sobre ambas. Menciono todo esto simplemente para contrarrestar un mito cultural, un mito arraigado en la ignorancia y rechazado hoy por la mayoría de la academia: el mito de que la ciencia y la religión cristiana son adversarios inherentes más que aliados en la búsqueda de la verdad.

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Extracto
Libro: ¿Quién creo a Dios? Y respuestas a más de 100 preguntas acerca de cuestiones de Fe.
Editores generales: Ravi Zacharias y Norman Geisler
Colaborador: William Lane Craig
Páginas: 59-62
Capitulo: 3
Editorial: Vida
Año: 2003